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Ciencia, Tecnología y Sociedad
   
Conocimientos científicos y utilidad social
   
N° 26, Año XIV, mayo 2003
Pablo Kreimer

Introducción

 

El estudio de la “utilidad social del conocimiento científico y tecnológico” constituye una de las dimensiones más relevantes para la comprensión del papel que desempeñan los procesos de producción de conocimiento científico en las sociedades modernas, e implica considerar un aspecto fundamental para la comprensión de las dimensiones presentes en todo proceso de investigación científica. Las reflexiones que están en el origen de este artículo no provienen, sin embargo, de una mera petición de principios de orden conceptual, sino de numerosos trabajos empíricos desarrollados durante los últimos años en los espacios en donde el conocimiento es producido [1] . Estas reflexiones tienen por objeto explícito el de contribuir a un mejor conocimiento sobre la producción y el uso social de conocimientos científicos y tecnológicos en América Latina.

Si considerar este aspecto es crucial en cualquier contexto nacional o internacional, resulta particularmente crucial para la comprensión de la relación ciencia-tecnología-sociedad en contextos periféricos, puesto que allí la utilidad social del conocimiento interpela la existencia de misma de los procesos de producción de conocimiento. En la mayor parte de esos países (periféricos o, para utilizar un eufemismo corriente, “de menor desarrollo relativo”), la investigación científica se desarrolló en una tensión entre la “ciencia occidental” (impulsada por las élites políticas y culturales locales) y las restricciones y determinaciones de la sociedad local. Sin embargo, este proceso de imitación ha sido selectivo, y las modalidades de integración de los investigadores de la periferia en una “comundidad científica internacional” (real o imaginaria) han prevalecido, en casi todos los casos, sobre la utilidad social de los conocimientos dirigida hacia la sociedad local [2] .

Este artículo comporta tres partes: en la primera, propondré la discusión crítica del problema de la utilidad social de conocimiento científico tal que este fue tratado históricamente por los diferentes abordajes desde las primeras décadas del siglo XX hasta el presente.

En efecto, la cuestión de la utilidad social del conocimiento recibió la atención directa o indirecta de numerosos autores, y dio lugar a una cierta cantidad de desarrollos teóricos. Es posible, en este sentido, distinguir cuatro abordajes diferentes: la relación ciencia-sociedad; la construcción de modelos sociales de innovación; el análisis de la dinámica de la innovación tecnológica; el tratamiento de la propiedad intelectual. Los cuatro abordajes pueden ser clasificados, a su vez, en cuatro niveles diferentes, respectivamente sociológico, político, económico y jurídico. Puesto que las especificidades de los abordajes políticos, económicos y jurídicos de la utilidad del conocimiento ya lo he discutido en artículos precedentes, concentraremos aquí nuestro análisis en la crítica de los modelos sociológicos [3] .

En la segunda parte, propondré los elementos de construcción de un nuevo abordaje sociológico sobre la utilidad social de los conocimientos, susceptible de dar cuenta, al mismo tiempo, del proceso de construcción de conocimientos y de las dimensiones sociales del contexto de la investigación.

En la tercera parte, finalmente, presentaré estas dimensiones “en acción”, a través de un ejemplo obtenido en una investigación sobre diversos centros de investigación científica en Argentina durante los años 90 [4] .

I. Una lectura crítica de los enfoques existentes

            Para estar en condiciones de formular una nueva interpretación teórica que, desde un abordaje sociológico, nos permita comprender los procesos de utilidad  social del conocimiento, parece necesario hacer una rápida revisión sobre cómo estaba contemplado este tópico en las diferentes tradiciones de la sociología de la ciencia durante las últimas décadas. Así, podemos señalar como “momentos” paradigmáticos de esta reflexión, a la sociología “clásica” mertoniana, al constructivismo emergente de las “nuevas” orientaciones que surgen desde los años setenta, y a otras corrientes post-mertonianas, a menudo críticas del “programa” constructivista.

            Por cierto, resulta evidente que, desde el interior de las corrientes que mencionamos, el tópico de la “utilidad - apropiación” social del conocimiento no ha estado formulado en estos términos. Esto es relativamente comprensible, puesto que cada una de los abordajes sociológicos en cuestión desarrolla un arsenal terminológico propio de la concepción teórica que sustenta (no vale la pena detenernos aquí en la obvia correspondencia entre los léxicos escogidos y las implicaciones conceptuales, subyacentes a toda teoría). Sin embargo, lo que nos interesa aquí es presentar cómo cada abordaje “piensa” el problema de la utilidad, enmarcado en una particular comprensión de la relación “ciencia-sociedad”. Veamos.

I.1. Los enfoques “clásicos”

Desde lo que se ha denominado el “paradigma mertoniano”, el problema específico de la apropiación del conocimiento, ¿cuáles eran las bases sobre las cuáles hubiera sido formulado? En primer lugar, es preciso recordar que el conocimiento, para Merton y sus discípulos, era un “paquete” cerrado, y que los aspectos que refieren a los procesos por los cuales dicho conocimiento es obtenido, no son un problema que incumba al sociólogo. Merton mismo, al presentar su libro sobre sociología de la ciencia dice “este es un estudio de sociología, no un tratado de metodología” [5] .

Merton, en efecto, designaba como problemas de “método” todo aquello que se relacionara con las prácticas concretas de los  científicos en sus lugares de trabajo, con el proceso de enunciación de teorías, y con los modos de legitimación de las mismas. Así, la investigación científica era percibida como un proceso en donde intervenían diferentes dimensiones sociales que enmarcaban la existencia y regulaban el funcionamiento de las instituciones. Los productos de estas instituciones, en particular bajo la forma de publicaciones científicas, daban origen a diferentes tipos de conflicto, en particular concerniente a los sistemas de recompensas, a los “descubrimientos” múltiples, y a la estructura jerárquica, funcional y normativa de la comunidad científica. Así, los productos de la ciencia son analizados como outputs salidos de una fábrica de la cual no se conocen más que los mecanismos de venta, de marketing o de distribución, pero de la cual se ignoran las modalidades de producción.

Dos consecuencias se desprenden de este abordaje. La primera es la construcción de una suerte de “caja negra”, tal como ha sido corrientemente analizada (y discutida) en los últimos veinte años, en donde, dadas determinadas condiciones sociales (existencia de instituciones, de recursos, de estructuras de formación, etc.), se obtienen determinados productos que luego pueden ser (o no) utilizados socialmente, y cuyos mecanismos de “utlización” aparecen siempre de un modo difuso, implícita, o son simplemente ignorados [6] .

La segunda consecuencia para el problema que nos ocupa ha sido la concepción del universo de la ciencia como un espacio “relativamente cerrado”, en donde prevalece la lógica interna de la “comunidad científica”, al abrigo de cualquier injerencia externa. El papel de la sociedad (y del Estado)  se restringe al de proveer los recursos y recoger con beneplácito sus resultados.

Entre los discípulos de Merton, ha sido sin dudas Joseph Ben David quien aportó las reflexiones y las investigaciones más avanzadas, buscando completar y explicitar el paradigma normativo: intentó explicar las relaciones recíprocas del mundo de la investigación con diferentes espacios de la sociedad, en momentos determinados de las sociedades occidentales. En particular, Ben David discutió el concepto, a menudo expresado de un modo ambiguo, de condiciones sociales significativas que orientan (o determinan) la investigación científica. Estas “condiciones sociales” conforman una categoría mixta que engloba, al mismo tiempo, tanto las relaciones entre las naciones, como el ambiente social de un laboratorio. Así, decide tratar específicamente, en un artículo publicado en 1977, los efectos de esas condiciones sociales sobre la organización de la investigación y de la formación de científicos, así como sobre el reconocimiento y la evaluación de las contribuciones científicas. Para ello, toma como ejemplo el desarrollo de las disciplinas científicas  en el transcurso de los siglos XVII y XVIII [7] .

Los “elementos sociales determinantes” propuestos por este autor se limitan, en este caso, a la influencia de las academias científicas sobre el desarrollo cognitivo (adopción del paradigma matemático-experimental) y el pasaje institucional de las academias hacia los laboratorios. Sin embargo, la explicación de la influencia de los aspectos “sociales” sobre la práctica de la investigación, a pesar del excelente análisis de Ben David, resulta muy limitada. Analiza la transformación (y la institucionalización) del rol del científico (al cual ya le había consagrado un libro sumamente difundido), tanto como otras dimensiones presentes en la organización de la investigación, en especial la relación entre investigación y enseñanza de la ciencia, pero no avanza ni un paso más allá en la explicación de la influencia de las dimensiones sociales sobre los procesos reales de producción de conocimientos.

La riqueza y los límites de trabajos de Ben David vuelven a aparecer en la lectura de un artículo publicado diez años antes y titulado, precisamente, “Los factores sociales en la génesis de una nueva ciencia. El caso de la psicología”. Según él, las condiciones sociales necesarias para el desarrollo de la psicología eran: “a) un rol universitario, más que un rol de amateur, para los filósofos y los psicólogos; b) una mejor situación, en el plano de la competencia, de la filosofía que de la psicología, lo que estimuló la movilidad de personas y de métodos hacia la filosofía; c) una posición universitaria de la filosofía inferior a la de la fisiología, lo que obligó a la fisiología a mantener su status científico [8] . A pesar del título del artículo, los “factores sociales” descriptos por el autor no se refieren más que a los aspectos institucionales de las disciplinas, ignorando todo otro elemento que provenga de otros actores sociales y que podría desempeñar un papel importante en el desarrollo de las disciplinas estudiadas.

El abordaje de Ben David plantea restricciones severas, tanto para el análisis de la influencia de “factores sociales” sobre el contenido de la investigación, como para la comprensión de la amplitud de los “factores sociales” considerados. Es el mismo caso que se plantea en su célebre libro El papel de los científicos en la sociedad, en donde las relaciones entre ciencia y sociedad aparecen limitadas al análisis de las instituciones, los cambios de rol de los científicos o las formas de organización de la investigación, incluyendo los medios de financiamiento. No hay, en esta obra, referencias explícitas a las condiciones intelectuales de la producción de conocimientos ni a los vínculos posibles entre la producción intelectual, las formas de investigación y el uso de los conocimientos. Cuando él analiza, por ejemplo, las condiciones “externas” para el desarrollo de la innovación en el seno de las universidades estadounidenses,  pone básicamente el acento sobre la descentralización y la competencia entre universidades, lo que limita, una vez más, la participación de otros actores, verdaderamente “externos” al mundo de la investigación y la educación superior. Las condiciones “internas”, por su parte, hacen referencia a la estructura de los departamentos e institutos, más flexibles y autónomos que las instituciones europeas; no hay lugar, en su análisis, para un estudio de los factores cognitivos del desarrollo de las disciplinas científicas [9] .

Paradójicamente, es en su análisis sobre las consecuencias sociales de la investigación científica que Ben David ofrece los avances más significativos para el desarrollo de un marco teórico de la comprensión del problema de la utilidad de los conocimientos. En un artículo publicado en 1982, analiza el problema de la difusión del conocimiento, en especial de lo que él llama “saber práctico”. Como de costumbre en los trabajos de Ben-David, su estudio toma como punto de partida la modificación del rol científicos cuando éstos trabajan para resolver problemas prácticos planteados por el mundo de la producción industrial o agrícola. Muestra bien que “... investigadores y productores no piensan ni hablan del mismo modo y tienen problemas para comunicarse (...) se supone que los investigadores están al servicio de los productores, pero en la medida en que los investigadores adaptan realmente su trabajo a las necesidades de la producción, corren el riesgo de alejarse de sus colegas científicos, puesto que consagrarse enteramente a la solución de problemas prácticos de una unidad agrícola o industrial supone en la mayor parte de los casos que se desatiendan los problemas más fundamentales susceptibles de interesar a otros investigadores. Esto terminará por hacerles perder sus competencias profesionales y su  reputación” [10] .

El punto de vista de Ben-David es sin dudas interesante, puesto que percibió bien una parte de los problemas a los cuales se enfrentan hoy los investigadores. Pero su abordaje plantea dos tipos de problema para el análisis sociológico sobre la utilidad de los conocimientos científicos. Por un lado, la oposición entre “investigación básica” e “investigación práctica” no se aplica más que a algunos casos específicos: en el estudio comparado de diversos laboratorios se encuentran muchos casos en los cuales los investigadores se las arreglan perfectamente para articular, en el mismo laboratorio, la búsqueda de “problemas cognitivos” y la resolución de “problemas prácticos”, a veces gracias a una división interna del trabajo, a veces gracias a la estrategia de aprovechar los proyectos “aplicados” para abordar temas más directamente ligados a sus preocupaciones “teóricas”.

            Por otro lado, la oposición “investigación básica/solución de problemas prácticos” se sostiene en el presupuesto del modelo lineal de innovación, en donde la ciencia pura “se difunde específicamente a través de las sociedades científicas, accesible a quien la quiera utilizar”. Así, para Ben-David, “cada elemento del saber publicado o discutido públicamente, entra inmediatamente en un proceso constante de comunicación y de nuevos descubrimientos, y puede ser transferido de un contexto a otro” [11] .

Es precisamente en la separación taxativa de los contextos (producción, transferencia, utilización) que se encuentra la dificultad planteada por el análisis de Ben-David para comprender el problema de la utilidad social del conocimiento sobre bases sociológicas más sólidas. El modelo lineal supone, como es actualmente bien conocido, la existencia de una especie de continuum que, comenzando por la ciencia básica, se continúa en la investigación aplicada, el desarrollo experimental y, finalmente, desemboca en la innovación en un mercado. Este modelo no se adapta al funcionamiento real de los procesos de producción y de uso de conocimientos. Las innovaciones surgen a menudo directamente de la investigación básica, o bien, en algunos casos, se producen sin ningún vínculo con la investigación, sea básica o aplicada. Sin embargo, a pesar de su inadecuación a la realidad y de las numerosas críticas formuladas a lo largo de las últimas décadas, este modelo sigue siendo el fundamento de la mayor parte de las políticas científicas y tecnológicas, en particular en los países de menor desarrollo.

El abordaje de Ben David plantea igualmente dificultades para la comprensión de la utilidad social del conocimiento, en la medida en que el análisis de los roles científicos no toma en cuenta los procesos reales de producción de conocimiento, y exhibe dificultades para poner en relación la organización social e institucional y las dimensiones intelectuales y cognitivas de esos procesos.

Por cierto, la visión de la ciencia como un espacio de (relativa) autonomía, no es exclusiva de Merton y sus discípulos. Ya John Bernal había centrado su análisis en las consecuencias sociales de la producción de conocimientos, suponiendo que el “medio interno” de la ciencia pertenecía a la soberanía de la racionalidad, y adjudicando la apropiación desigual de los productos de la ciencia a la estructura de la sociedad capitalista, despojando por completo de culpabilidad, en esta acusación, a los actores “internos” del sistema científico [12] . Bernal estima que en el espacio interno de la investigación reinan valores tales como la solidaridad, la cooperación, la libre circulación de conocimientos y la libre disponibilidad de los resultados de la investigación. Piensa que un modo de resolver ciertas dificultades planteadas por la sociedad capitalista sería el de “exportar” los valores y las formas de funcionamiento de la comunidad científica hacia otros espacios de interacción social.

Bernal fue en realidad el primer analista preocupado por la apropiación (desigual) de los conocimientos científicos. Resulta embargo muy difícil avanzar en la comprensión de las relaciones sociales engendradas por la producción social de conocimientos a partir de este esquema, puesto que: a) el mundo de la investigación es también presentado como un espacio autónomo, racional, sin ninguna intervención de otros actores mas que los científicos mismos; b) separa de un modo tajante el espacio de producción de conocimientos (la comunidad científica) del espacio de utilización social de esos conocimientos, dominado por los sectores más poderosos de la sociedad capitalista.

Más cerca en el tiempo, cuando Pierre Bourdieu pretende defender a Merton de los ataques de la nueva sociología del conocimiento, señala que éste “había planteado que la ciencia debía ser analizada bajo sus dos dimensiones, por un lado el mundo social en el cual está inserta (el medio externo), y por otro lado, el micro-universo científico, un mundo relativamente autónomo, dotado de sus propias reglas de funcionamiento (el medio interno)...” [13] . Aunque para Bourdieu el problema radique en que Merton omite la relación entre ambos universos (interno y externo), no parece darse cuenta de que lo que aquí se llama “interno” omite, a su vez, todo problema cognitivo en la producción de conocimiento, reduciéndolo a sus dimensiones normativas, sean éstas generales o particulares.

En todo caso, para Merton, al igual que para Bernal o Bourdieu (y más allá de sus diferencias teóricas), la autonomía de la comunidad o del campo científico (de acuerdo con la perspectiva que se elija) está sustentada en un doble juego que va de lo descriptivo a lo prescriptivo.  Así, no sólo el medio interno es observado como autónomo, sino que toda intervención de algún actor externo es percibida como una intromisión en dicha autonomía. Esta concepción, que parece loable a la hora de analizar casos extremos de intervención, como los fundamentos (y las prácticas) de la ciencia bajo el régimen nazi o el caso Lisenko, se vuelve más comprometida para comprender la naturaleza de las relaciones entre actores “internos” y actores “externos” en la producción de conocimientos, sobre todo en la medida en que dicho proceso nunca deja de ser portador de un carácter esotérico.

I.2.  Las corrientes constructivistas

El punto de inflexión que marcó el surgimiento de múltiples escuelas constructivistas abrió todo un nuevo espectro de posibilidades para plantear el problema. En primer lugar, y más allá de las diferencias (que las hay, y muy importantes) entre las diferentes corrientes, los nuevos enfoques analizan a la ciencia, en contraposición con la sociología clásica, como una actividad que está socialmente determinada, no hay espacio aquí para la autonomía en los procesos de producción de conocimientos. La intervención de actores externos al medio de la investigación no se concibe ya como una “interferencia”, sino que se convierte en un recurso que permite explicar tanto la actividad de la investigación, como los productos obtenidos por los investigadores. David Bloor nos ofrece un buen ejemplo de este razonamiento, en un libro hoy “clásico”, cuando enuncia el principio de causalidad: “la sociología del conocimiento debe buscar las causas y ocuparse de las condiciones que están en el origen de las creencias o de los estados de conocimiento. Evidentemente, habrá otros tipos de causas además de las causas sociales, que contribuirán a dar lugar a una creencia... [14]   Por otro lado, no sólo el conocimiento que (a posteriori) se revela como un falso o “artefacto” es susceptible de ser analizado bajo las determinaciones sociales, sino que es el proceso mismo de investigación lo que está en cuestión.

En segundo lugar, el contenido mismo de los conocimientos pasa a ser un tópico que debe ser analizado como producto de interacciones sociales (necesidades, intereses, luchas de poder, formas de legitimación, estrategias, etc.) y no como la “mera” aplicación de un método. Es más, conceptos sacralizados por la epistemología, como “método” o “prueba” son aquí puestos en cuestión y deben ser leídos de acuerdo con su doble condición social y cognitiva. El principio de simetría (propuesto también por Bloor) lleva a explicar por el mismo tipo de causas la obtención de conocimientos “verdaderos” y los conocimientos “falsos”. Este principio elimina así la diferencia establecida por la sociología clásica entre las causas “de método” que explican las creencias verdaderas, y las causas sociales, que explican las creencias erróneas.

 En tercer lugar, tal vez lo más importante, el contenido mismo de los conocimientos se vuelve un tópico central, y que debe ser analizado como el producto de interacciones sociales (necesidades, intereses, luchas de poder, formas de legitimación, estrategias, etc.) y no sólo como la mera aplicación de reglas impuestas por la comunidad de especialistas. Además, los conceptos sacralizados por la epistemología, tales como “método” o “prueba” son puestos en cuestión y deben ser leídos de acuerdo con una doble condición social y cognitiva. Ccomo consecuencia de lo anterior, se planteó como una necesidad de la investigación que los sociólogos comenzaran a indagar lo que ocurre en el interior de los espacios en los cuales se produce conocimiento, como los laboratorios y otros espacios.

Este movimiento, generador de trabajo empírico, permitió observar en los laboratorios e institutos la presencia de actores y prácticas diferenciados, tanto “internos” (científicos, técnicos, estudiantes, administradores, etc.) como “externos” (proveedores de materiales, de equipamiento, poderes públicos, usuarios, agencias de financiamiento, empresas, organizaciones de la sociedad civil). Es más, algunos autores señalan que la distinción misma entre un “adentro” y un “afuera” de los laboratorios es sólo una distinción analítica carente de sentido para el sociólogo interesado en comprender los procesos de producción de conocimiento [15] .

            Los enfoques constructivistas enriquecieron de un modo sustantivo el estudio de las actividades científicas, a través de un dispositivo de desacralización, y poniéndolas en un mismo plano que a otros procesos de producción, real y simbólica, en las sociedades modernas. En este sentido, la distinción entre la “ciencia hecha” y la “ciencia mientras se hace” que propuso Bruno Latour en Science in Action, es una herramienta importante para la comprensión de las relaciones que se generan en la producción de conocimientos. Uno puede, observando fenómenos “reales”, más que idealizaciones normativas, describir más adecuadamente las relaciones entre aspectos “internos” y “externos” por la que clamaba Bourdieu. Sin embargo, los aspectos internos no pueden restringirse a la mera relación entre científicos y las luchas y alianzas en las que se enfrentan o se ven envueltos, sino que debe tomar en cuenta los elementos que conforman el conocimiento, y a su contenido mismo, en relación con las dimensiones sociales que allí intervienen.

            Varias corrientes se desarrollaron bajo el paraguas de un “gran programa constructivista”, a veces con diferencias sustanciales. Formular un abordaje sociológico capaz de dar cuenta de la utilidad social de los conocimientos nos lleva a discutir, como ejemplo, sólo dos enfoques constructivistas (incluso bajo el riesgo de una excesiva simplificación) [16] . Los enfoques elegidos se concentran en el análisis de los laboratorios y de su relación con el problema de la utilidad social de los conocimientos: se trata de una visión “radical” propuesta por Bruno Latour y Michel Callon, y de una visión “moderada”, formulada por Karin Knorr-Cetina.

            Parece difícil discutir el conjunto de los trabajos de lo que se ha denominado “escuela francesa” en sociología de la ciencia, representada por Latour y Callon, en la medida en que se trata de una producción vasta y diversificada. Sin embargo, no se trata aquí de hacer una crítica global de sus ideas, sino más bien de observar cómo estudiar, a partir de este abordaje, el problema de la utilidad social de los conocimientos [17] .

            Latour y Callon, a diferencia de las corrientes llamadas “clásicas”, establecen un lazo entre los aspectos “internos” de la investigación y sus dimensiones “externas”. Uno de los puntos esenciales de la argumentación se apoya sobre las alianzas que los investigadores establecen con otros agente, con el fin de lograr imponer sus enunciados (y transformarlos en hechos): “Para representar el trabajo que debe emprender aquel que quiere establecer un hecho, es suficiente imaginar una cadena de miles de personas sin las cuales el enunciado primitivo no se puede convertir en una caja negra, y que están todas en condiciones de transmitir el enunciado, de modificarlo, de alterarlo o de transformarlo en artefacto, sin que casi nada de su comportamiento pueda ser previsto. ¿Es posible dominar el destino de un enunciado siendo que es el resultado del comportamiento de todos esos aliados tan volátiles?” [18] . Las alianzas de los actores son, entonces, el modo de establecer los hechos científicos. Los investigadores deben reclutar personas que sostendrán la validez de sus enunciados, condición previa al establecimiento de un “hecho” del cual luego no se podrá dudar más.

            En este contexto, existen diversos mecanismos para que esas alianzas se materialicen. Ante todo, las negociaciones: se trata de negociar con otros actores el carácter de un enunciado, intentando así acumular un mayor poder que sus adversarios. Enseguida viene la traducción: es necesario entonces captar los intereses de otros actores y traducirlos en el sentido de los propios intereses del investigador. Finalmente, hay que utilizar la fuerza de los instrumentos: cuando se construye la evidencia, los instrumentos parecen ser “neutros”, hablan de ellos mismos (en especial aquellos que Latour designa como inscriptores), aunque escondan, en realidad, las interpretaciones de los investigadores acerca de los fenómenos en cuestión [19] .

            Otra característica de este enfoque es la “ruptura de las paredes de los laboratorios”. Según Latour, Pasteur -en un ejemplo que hoy ya es clásico- desplaza su laboratorio hacia los enfermos, hacia los campesinos, hacia el campo y, recíprocamente, la granja, los campesinos, los enfermos, entran en un laboratorio que no se parece más a una entidad cerrada y autosuficiente, sino más bien a un Gran Cuartel General que moviliza soldados y generales esperando los ataques del enemigo, reforzando sus propias defensas: “como los hechos científicos son fabricados en el laboratorio, hay que construir redes muy costosas para que los hechos puedan circular. Si esto significa que hay que transformar la sociedad en un laboratorio, y bien, hay que hacerlo” [20] .

            Así, una vez que las alianzas están establecidas, Latour y Callon alejan un poco su mirada del laboratorio y comenzamos a percibir un tejido más complejo: se trata, para estos autores, de verdaderas redes, articuladas por las relaciones entre los diferentes temas implicados en el desarrollo de “hechos”. Ahora bien, no se trata simplemente de redes de actores; existen también agentes no-humanos que interactúan con los humanos. Para Latour, el microbio es un actor central en su argumento: “si es evidente que los microbios son actores esenciales en las relaciones sociales, les debemos hacer lugar, para que podamos mostrarlos y matarlos” [21] . Para Callon, son las vieiras (“coquilles Saint Jacques”): “para enrolar a las vieiras, éstas deben ante todo querer adherirse a las redes. Pero esta adherencia no es fácil de obtener. De hecho, las negociaciones más largas y difíciles que los tres investigadores deben mantener, es con las vieiras...” [22] . Ambos proponen aquí un concepto muy polémico (y muy discutido), el de actantes: “Puesto que tanto los humanos dotados de palabra como los no-humanos mudos tienen portavoces, propongo llamar actantes a todos aquellos que, humanos o no-humanos, estén representados, con el fin de evitar el modo actor, demasiado antropomórfico” [23] .

            La última característica que nos interesa, en este enfoque, es el rol desempeñado por la “naturaleza” en la construcción de los hechos (científicos y tecnológicos). Latour y Callon proponen la extensión del principio de simetría, tal como éste había sido formulado originalmente por David Bloor en 1976: no se trata solamente de establecer una simetría entre lo verdadero y lo falso, los hechos y los artefactos, sino que es necesario encontrar un punto de vista simétrico entre el mundo social y el mundo natural [24] .

            Cuando se origina una controversia, ella nunca se resuelve apelando a la naturaleza: un enunciado no se impone porque es “más verdadero” que aquél de su oponente, sino porque quienes lo defienden han logrado establecer alianzas más eficaces. En consecuencia, Latour opone la manera “tradicional” de plantear el problema: “La naturaleza es la causa de la resolución de las controversias” a una concepción simétrica, “La naturaleza será el resultado de la resolución de la controversia”.

            Veamos las consecuencias de este abordaje para nuestro problema de la utilidad de los conocimientos: en efecto, en el abordaje del actor-red, otros actores, diferentes de los investigadores, forman parte de la producción de conocimientos científicos, lo que constituye sin dudas un aporte importante. Sin embargo, nuevos problemas se nos plantean:

a) El primero -y más evidente- de los inconvenientes reside en la nueva categoría propuesta por los autores: los actantes. ¿Cómo puede el sociólogo imaginar las relaciones entre los humanos y los no-humanos? ¿Cómo dotar de voluntad, intencionalidad, intereses, estrategias, luchas, en resumen, de categorías propias a los actores sociales, a entidades tales como microbios, vieiras, la puerta de una casa y un vehículo, ya sea eléctrico o tradicional? Evidentemente, el sociólogo no posee herramientas interpretativas o empíricas para justificar semejante tarea. La conclusión es simple: o bien olvidamos la sociología, o bien consideramos que esos objetos son construcciones sociales, creadas por los actores en la medida en que interactúan con el mundo natural, del mismo modo que los sociólogos crean categorías analíticas cuando interactúan con el mundo social, como lo señaló acertadamente Harry Collins [25] .

b) La segunda consecuencia es que la producción de conocimientos es percibida como el resultado de luchas entabladas por los investigadores, con el recurso a los aliados, pero la naturaleza no tiene ninguna incidencia real en esta construcción. En realidad, la relación con la naturaleza es siempre ambigua, y encontramos allí una paradoja: o bien la naturaleza no tiene nada que ver en la solución de las controversias (vistas como luchas entre grupos de aliados rivales) o bien ella está mezclada con la sociedad en los objetos híbridos. Las dos opciones resultan inadecuadas para comprender el proceso de utilidad de los conocimientos: la primera, porque reduce la ciencia a negociaciones entre “estrategas” que disponen de enormes grados de libertad; la segunda, porque hace perder toda especificidad a los actores sociales “humanos”.

c) Finalmente, una vez que los muros de los laboratorios han sido demolidos, no hay más lugar, en el abordaje de Callon y Latour, para actores capaces de apropiarse de los conocimientos; me refiero a actores diferenciados, identificados y significativos para la circulación de productos científicos en la sociedad. La distinción entre productores, usuarios, poderes públicos, agencias de financiamiento, colegas, no tiene más sentido en estas redes complejas, conformadas por una multitud creciente. En el límite, es toda la sociedad la que se moviliza -para retomar una expresión célebre de Bruno Latour- lo que torna difícil -incluso imposible- la identificación de los actores realmente significativos para los procesos de utilidad social de los conocimientos.

            La visión de Knorr-Cetina toma como punto de partida la discusión acerca de la inadecuación de la separación estricta entre el “mundo interno” de la ciencia y el “contexto social exterior” [26] . Según esta autora, el primer problema que se plantea es el hecho de que “los sistemas sociales, a diferencia de los organismos, no tienen límites claramente definidos en relación con el entorno social del sistema, problema que los estudios sociales de la ciencia sufrieron en gran medida; como Kuhn lo percibió bien, esta distinción ha sido más vivida que estudiada” [27] . El tópico, como podemos ver, vuelve una vez más al debate. En segundo lugar, según Knorr-Cetina, no se puede verificar una secuencia según la cual “primero encontramos la producción de innovaciones interna a la ciencia y luego una selección de las innovaciones que se adaptan mejor al contexto social”. Por el contrario, “las interpretaciones selectivas del laboratorio son situacional y contextualmente contingentes. En ese sentido, el proceso de ‘selección natural’ puede ser repensado como una reconstrucción contextual en la cual lo interno y lo externo no están más analíticamente separados” [28] .

            Para reformular las relaciones entre los factores externos e internos en la ciencia, Knorr-Cetina dirige su atención a las negociaciones emprendidas por los científicos con otros actores, en particular las agencias de financiamiento: es lo que llama “relaciones de recursos”. Por medio de esas relaciones, los investigadores establecen cuál es el problema, y cómo debe ser concebido. Los científicos entran, entonces, en un proceso de traducción de los contenidos implicados en esas relaciones, para llevar a cabo sus decisiones. Mientras que las selecciones son largamente dependientes de las relaciones de recursos y de los contextos trans-científicos, las traducciones son hechas por los científicos, gracias a criterios particulares.

            Los aportes de Knorr-Cetina (condensados en su brillante artículo sobre las arenas trans-epistémicas de investigación) constituyen un avance muy importante para la comprensión de los procesos de investigación científica, tendiendo en cuenta la posibilidad de ampliar los actores implicados en la construcción de conocimientos, como las agencias de financiamiento y, sobre todo, los empresarios y otros usuarios -reales o potenciales- de conocimientos [29] . Sin embargo, los trabajos de Knorr-Cetina plantean otros problemas, surgidos de una manera particular de comprender la “construcción” de la ciencia, y que podemos resumir en los siguientes puntos:

a)       Como una consecuencia de la voluntad de romper con los modelos según los cuales el trabajo en el laboratorio está orientado por la búsqueda de verdad, la autora exagera los elementos “constructivos”, al punto de afirmar que “los productos científicos deben ser vistos como muy estructurados en lo interno en el proceso de producción, independientemente de las cuestiones sobre la estructuración externa por medio de un ajuste o desajuste con la naturaleza” [30] .

b)       Knorr-Cetina acepta el rol desempeñado por los “otros científicos” en el proceso de producción de conocimientos. Sin embargo, contrariamente a Kuhn, propone un desplazamiento de la “comunidad de especialistas” y la ubica en el mismo plano que a los otros actores en función de la legitimación de los conocimientos: los científicos, como las agencias de financiamiento, las autoridades de las instituciones científicas, los proveedores de equipamiento, etc., están integrados en el conjunto de relaciones contenidas en las “arenas transepistémicas”. El investigador, en este esquema, es concebido más bien como alguien que toma decisiones “políticas”, limitado por las restricciones existentes en estas arenas y, más que transepistémicas, ellas parecen “a-epistémicas” o “no-epistémicas” (aquí exagero posiblemente un poco mi argumento).

c)       La metáfora de la fabricación de los conocimientos que empuja hasta sus límites, la lleva a declarar que “la ciencia es un modo de ver el mundo: (...) una fábrica es un medio de producción, no un establecimiento construido para imitar la naturaleza” [31] . Aquí, una vez más, si bien de un modo más sutil que en Latour y Callon, el rol de la naturaleza en la construcción de conocimientos es difícil de comprender: mientras que Latour y Callon buscan una simetría perfecta entre naturaleza y sociedad, para Knorr-Cetina la naturaleza parece desempeñar un papel mínimo en el proceso de construcción de conocimientos. En el límite, los agentes “incorporan” en sus prácticas las dimensiones del  mundo natural como inputs del proceso de construcción, y no como restricciones objetivas que se imponen a los “hombres de ciencia”.

I.3. Corrientes más recientes

           En la actualidad existen numerosas corrientes en el amplio campo de la sociología de la ciencia, en la medida en que ya no es posible identificar las corrientes -o modelos de análisis- bien establecidas que existían hasta hace algunos años. Sin embargo, a diferencia de las últimas décadas, este campo ya no está estructurado como enfoques teórica y metodológicamente opuestos de un modo radical, sino que algunos tópicos comienzan a establecerse de un modo más bien “transversal”. Así, se incorporan conceptos y métodos que van atravesando diferentes objetos del conocimiento, diferentes campos disciplinarios, diferentes espacios institucionales.

           En función de esta disparidad de enfoques, vamos a tomar como ejemplo sólo una de las nuevas corrientes, en la medida en que ella nos provee conceptos clave para una mejor comprensión de los fenómenos de producción y uso social del conocimiento científico y tecnológico. Así, expondré brevemente la conceptualización, propuesta por Terry Shinn, en términos de regímenes de investigación científica y tecnológica. La idea de “régimen” integra diferentes dimensiones, y permite formular una tipología, en donde resultan enfatizados los elementos característicos de cada una de ellas, motivo por el cual deben ser pensados como una estilización de los elementos presentes en cada uno de ellos, más que como una descripción exacta de la dinámica de la investigación. Los regímenes originalmente propuestos por Shinn son tres: disciplinario, transitorio y transversal.

Según Shinn, “la ciencia y la tecnología posteriores al siglo XVII puede describirse a través de tres formas intelectuales e institucionales: los regímenes científico y tecnológico disciplinar, transitorio y transversal. Cada uno de esos regímenes está asociado a una categoría específica de problemas centrales y a una categoría de mercado para sus descubrimientos. Las fronteras sociales e intelectuales, la división del trabajo científico, adquieren  formas diferentes en cada uno de estos regímenes” [32] .   Los regímenes disciplinarios (sin duda los más estudiados por los sociólogos e historiadores de la ciencia) aparecen normalmente en instituciones relativamente fáciles de identificar, y dotadas de una cierta estabilidad. Las disciplinas científicas se hallan enraizadas en laboratorios, departamentos universitarios, revistas especializadas, instancias nacionales e internacionales para su discusión en congresos y conferencias, y sistemas oficiales de retribución. Los indicadores de este tipo facilitan la detección y análisis de modelos de carrera precisos y de categorías diferenciadas de producción científica.

            Sin embargo, los estudios sobre lo que podríamos llamar la “matriz disciplinaria” no alcanzan a cubrir toda la complejidad de un conjunto de actividades científicas que  se desarrollan en la periferia de las instituciones establecidas: a menudo, poner en práctica una investigación, desarrollar una carrera, exige prácticas que atraviesan transversalmente las fronteras de una disciplina particular, para “ir a buscar técnicas, datos, conceptos y cooperación con colegas en disciplinas vecinas” [33] . En los regímenes de transición, las oportunidades intelectuales, técnicas y profesionales aparecen a menudo en la periferia de los campos disciplinarios clásicos. La mayor parte del tiempo, la búsqueda de recursos cognitivos, materiales o humanos suplementarios compromete a dos o tres disciplinas. El movimiento se inscribe en un modelo oscilatorio de ida y vuelta. En el régimen transitorio, el centro principal de la identidad y de la acción de los practicantes está todavía ligado a las disciplinas, mientras que los individuos atraviesan los campos disciplinarios. Así, el movimiento de los investigadores se sitúa en un modelo oscilatorio de “ida y vuelta” entre esos campos. Este es muy a menudo el caso del nacimiento de nuevas disciplinas, que se encuentran en una encrucijada de diversos campos disciplinarios. Aquí, sin embargo, las demarcaciones institucionales y las formas de división del trabajo científico continúan siendo de una gran importancia, incluso cuando resultan atravesadas de un modo específico.

            Los regímenes transversales representan un modo de producción científica distinto. El grado de libertad y el campo de acción de los practicantes es mayor que en el régimen transitorio. Pero, al mismo tiempo, resulta dificultoso registrar datos acerca de la trayectoria y carrera de los practicantes. El origen de este régimen se remonta a los tiempos de la posguerra, y resulta fundamental para la comprensión del desarrollo del conocimiento científico y tecnológico. Las trazas de este régimen son fragmentarias, las adscripciones disciplinarias y las instituciones muy variables, lo cual se ve incrementado por la extrema diversidad de medios de los cuales disponen los practicantes para divulgar su producción: de las publicaciones científicas convencionales a las patentes, los informes confidenciales, las exposiciones, la comercialización, pasando por la definición de estándares metrológicos. Aquí, “la identidad de los investigadores está dada más por los proyectos que por las adscripciones disciplinarias o de las organizaciones” [34] . El radio de acción de los practicantes es amplio, permitiendo fluidos desplazamientos en el espacio social y material.

          Los tres regímenes –aclara Shinn- pueden ser considerados interdependientes, enriquecidos por interjuegos recíprocos. De hecho, es posible encontrar elementos en común. Cada uno de ellos está fundado en una forma de división del trabajo intelectual, técnico y social. Las demarcaciones entre los regímenes de investigación científica y los otros sectores de actividad son importantes, pues permiten al investigador definir sus objetivos, sus competencias, y sobrevivir a los ataques y los tiempos difíciles. En este sentido, estas demarcaciones funcionan como un sistema corporativo de defensa y como un mecanismo que permite el acceso a privilegios y el ascenso social.

I.4. Hacia un nuevo modelo sociológico para el análisis de la utilidad social de los conocimientos científicos

El modelo de análisis que proponemos pretende (debería) superar las dificultades planteadas por los abordajes que discutimos en las páginas anteriores, y se apoya sobre diversos ejes complementarios:

a)       La utilidad social de los conocimientos no es un fenómeno exterior al proceso de producción de conocimientos, sino, por el contrario, está articulado como uno de los elementos presentes en los lugares de trabajo de los investigadores y forma parte del conjunto de las determinaciones socio-cognitivas que están presentes allí.

b)       Ciertamente, existe una frontera que separa el interior del exterior de los laboratorios. Las dimensiones sociales están presentes en el interior de las instituciones e incorporadas en la práctica de los científicos. Los actores sociales significativos pueden ser identificados en una doble dimensión: su rol social -más o menos “universal”- y las restricciones locales que deben enfrentar en momentos históricos determinados.

c)       La investigación científica no debería ser estudiada como un “estado dado” a partir del juego de los actores; es necesario, en cambio, reforzar las dimensiones más específicamente sociológicas que están presentes allí. Propongo, en esta dirección, reconstruir las tradiciones científicas que están en el origen de la práctica de los actores: identificaciones culturales, formas de división del trabajo, mecanismos de construcción y de reproducción de tradiciones, la manera en que se establece la relación con la naturaleza y de construir el objeto de las ciencias.

d)       En el interior de una tradición, es posible observar el modo en que se concibe la utilidad social de los conocimientos, tanto simbólica como materialmente. Se trata de enfatizar las relaciones con actores “exteriores” al laboratorio, sean éstos investigadores, funcionarios, usuarios directos o indirectos de los conocimientos, reales o potenciales, actores económicos o “sin fines de lucro”.

            Veamos estos ejes con mayor atención. Contrariamente a lo que había propuesto la sociología de la ciencia “clásica”, los procesos de producción de conocimientos que tienen lugar en el interior de los laboratorios no se sitúan en un continuum propio del modelo lineal de innovación “ciencia básica - ciencia aplicada -- desarrollo experimental-apropiación/utilidad social de los conocimientos”. Este modelo parece utilizar la analogía de “una línea de montaje” en donde, por ejemplo, el sector de pintura está localizado, naturalmente, más adelante del sector de ensamblaje. La utilidad social de los conocimientos, en cambio, es uno de los elementos presentes desde la concepción de un nuevo tema de investigación. Existe una participación, real o potencial, de otros actores en la construcción de un proyecto de investigación, la elección de un tema, los métodos a aplicar, la manera de organizar el trabajo, etc. Esto no significa que el trabajo científico esté completamente determinado por la participación -los intereses, las posiciones de poder relativas- de otros actores. Los investigadores esbozan una estrategia de investigación, teniendo en cuenta las restricciones socio-institucionales, los problemas concretos planteados por el objeto de investigación y, también, por el juego establecido con los otros actores.

            El marco analítico propuesto por Shinn (que describimos en la sección anterior) nos permite avanzar hacia una comprensión más compleja del rol desempeñado por la utilidad social de los conocimientos en la investigación científica, a partir de cada uno de los tres regímenes. En nuestro caso, la reflexión toma como punto de partida la reconstrucción del modelo lineal, intentando centrar nuestro análisis sobre el rol -y la dinámica- de los actores y, en particular, de los científicos mismos. Desde el punto de vista de los investigadores, pues, el problema de la utilidad social del conocimiento puede adoptar múltiples formas:

             Desarrollar sus investigaciones sin tomar en consideración ningún tipo de usuario o de actor otro que los propios colegas de un campo disciplinario. Esta práctica es característica, en principio, de lo que Shinn denomina “régimen disciplinario”, entendido de un modo “tradicional”.

             Incorporar, en el curso de la construcción de una “agenda de investigación”, la representación de un usuario “ideal”. Este actor, idealmente construido, puede ignorar los productos del conocimiento, localizados en una interacción imaginaria. Este tipo de práctica, también propia de regímenes disciplinarios, puede estar tanto influida por políticas de estímulo a la innovación, como por motivaciones propias de los grupos de investigación, en la búsqueda de legitimación de sus propios conocimientos. Este caso es uno de los que caracterizan la emergencia del fenómeno CANA [35] .

           Una variante específica del caso precedente se produce cuando el productor de conocimientos, a pesar de la construcción ideal de un usuario ideal, logra interactuar efectivamente con aquél. Puede entonces comenzar un mecanismo de re-significación del producto, tanto como del proceso mismo de investigación y puede (o no) dar lugar a una utilidad efectiva. Este caso es propio de regímenes de transición, aunque luego de las relaciones entabladas por los diferentes actores, puede igualmente dar lugar a fenómenos de CANA.

             Finalmente, otros actores significativos pueden estar presentes de un modo real y efectivo, ab initio, en los procesos de producción de conocimientos. Estos actores participan en los aspectos cognitivos de la producción científica a través de un proceso muy complejo. Normalmente, estos procesos -muy poco frecuentes en los países periféricos- dan lugar a una utilización efectiva de los conocimientos producidos. Pueden hacer “entrar” o “salir” a otros actores, en un proceso dinámico. Estos procesos son, por regla general, específicos de los regímenes “transversales”.

            Este enfoque nos permite repensar y adaptar el principio de simetría tal como éste había sido formulado por el programa constructivista (me refiero, ciertamente, a su formulación original y no a la absurda deriva radical). En efecto, la mayor parte de los estudios de casos acerca de las relaciones entre “producción de conocimientos” y “usos sociales” se han concentrado sobre los casos exitosos, aquellos en donde se ha podido constatar una relación efectiva entre productores y usuarios del conocimiento, ligados por el interés, la racionalidad, en resumen, por la lógica de la producción, más que por una lógica socio-epistemológica más compleja [36] . Este problema se puede observar también en las investigaciones acerca de las relaciones “ciencia - industria” o, aun, en los estudios sobre las relaciones en el interior de una triple hélice (ciencia, industria, gobierno) [37] .

            La ampliación del principio de simetría, tal como lo entendemos aquí, está inspirada por una aproximación a la vez teórica y metodológica. La primera se explica por la construcción misma de nuestro objeto de investigación: ¿por qué dejar de lado la mayor parte de la producción de conocimientos, aquélla que no tiene ninguna relación explícita con los actores implicados en la utilidad real o potencial de los conocimientos? Si la dimensión de la utilidad social está presente, como ya lo hemos señalado, desde la concepción de un tema de investigación, es sobre el proceso mismo de investigación que se debe llevar la observación sociológica.

            En cuanto al problema de método, como en toda investigación que implique una dimensión histórica (y, en efecto, la reconstrucción de estos procesos no puede no obviar la mirada retrospectiva), es necesario evitar la explicación construida ex post; es decir, explicar la historia de los acontecimientos recurriendo a eventos posteriores (ni a interpretaciones ulteriores) a los problemas que se pretende comprender. Este horror metodológico, desgraciadamente muy frecuente, tiene como consecuencia una interpretación sesgada de la historia. La investigación de las causas que resulta de allí, no puede tener sino un uso muy limitado para comprender, en un caso específico, la dinámica de investigación científica.

            La dimensión histórica del problema puede ser buscada a través de la construcción y de la reproducción de las tradiciones científicas. Una tradición reposa sobre un conjunto de identificaciones culturales que condicionan los modos de comprender la ciencia y las prácticas científicas. Esta identificación se expresa a través de aspectos muy diferentes, en particular, por la elección de temas de investigación (momento clave en los laboratorios). Algunos elementos importantes desempeñan allí un papel fundamental en estas elecciones: las vinculaciones posibles en el seno de una comunidad científica, los intereses exteriores al laboratorio que puedan ser movilizados para el desarrollo de las investigaciones (organismos públicos, actores privados), la implicación de la investigación en la resolución de problemas sociales, la evolución de condiciones técnicas, etc. El peso de una tradición puede ser por lo tanto considerable: cuando un investigador se inscribe en una corriente particular, debe reivindicar un “linaje” con sus predecesores, con el fin de poner en marcha sus propias investigaciones. Las tradiciones no se expresan simplemente en una relación de continuidad con los trabajos precedentes, sino que el investigador “heredero” debe mostrar sus aportes específicos al mismo tiempo que afirma su pertenencia a una escuela de investigación.

            En la medida en que las tradiciones científicas se articulan como configuraciones de identificación colectiva que se van conformando a través de sucesivas generaciones, se ponen en juego “relaciones de filiación” entre maestros y discípulos, que van construyendo verdaderas modalidades de trabajo, formas de ver y de practicar el trabajo científico. En este marco, los modos en que se pretende legitimar un conocimiento y, a través de ellos, legitimar a los propios científicos como productores de esos conocimientos, se halla inscripto como uno de los núcleos centrales que componen una tradición. Así, en el interior de las tradiciones científicas, la preocupación por reforzar los vínculos con el uso social del conocimiento en un contexto local suele estar en permanente tensión con la vocación de legitimación de los conocimientos que se dirige a la “comunidad internacional” de especialistas de un campo determinado.

            Aun si se adopta un punto de vista simétrico sobre estas cuestiones, es necesario hacer un seguimiento de los productos del conocimiento, por los recorridos determinados por los actores y los contextos institucionales, luego de haber identificado los mecanismos de construcción de la utilidad social en el interior de los espacios de producción. Hay que señalar que el producto, así definido, nunca es el mismo: este producto  resulta re-interpretado por los otros actores, incorporado en otros productos y prácticas sociales, en un proceso más complejo de resignificación. Si la utilidad social manifestada en el interior de los espacios de producción se convierte en una apropiación real por parte de otros actores, se trata entonces de un problema complementario que debe ser analizado como tal, pero que no debe ser confundido con los análisis de la utilidad social de los conocimientos que propuse más arriba.

            Es frecuente, en la literatura que se ocupa de estos temas, hablar de “conocimiento científico” sin recurrir a otras mediaciones que limiten el campo de referencia de los análisis, estén éstas sustentadas en una base empírica o en presupuestos teóricos. Parece por lo tanto necesario limitar el valor de los enunciados analíticos al espacio de trabajo de un campo disciplinario específico, por amplio que éste sea. Sólo entonces será posible establecer una matriz de identificaciones culturales en la conformación de una tradición determinada, que tome en cuenta: las formas específicas de organización de la investigación, las preocupaciones conceptuales de los actores, las estructuras sociales predominantes, los tipos de actores implicados, las configuraciones institucionales, el tipo de conocimientos producidos o que se quieren producir. En efecto, las generalizaciones surgidas de un campo disciplinario particular que pretenden extenderse hacia todos los espacios de producción, pueden ocultar ciertas dimensiones que sólo poseen una validez interpretativa en el interior de campo específico estudiado.

            Quisiera finalizar esta sección definiendo, paralelamente a los regímenes de investigación propuestos por Shinn, la necesidad de desarrollar los regímenes  de utilidad social de los conocimientos. Esta formulación no es, sin embargo, una tarea simple: en la definición de esos regímenes, debemos tomar en cuenta la interacción de las dimensiones presentes a lo largo de todo este artículo (construcción de tradiciones científicas, tipos de actores implicados, configuración institucional, etc.). No alcanza, así, con establecer los “grandes principios” organizadores: es necesario, además, emprender una investigación de fuerte base empírica y comparativa que sea capaz de reforzar los enunciados que propusimos y que no tienen, por el momento, más valor que el de conjeturas que deben ser confirmadas con la profundización del conocimiento del objeto.

II. Ilustración: breve análisis de un caso en Argentina

II.1. Justificación del trabajo empírico

            En esta sección presentamos algunos resultados que surgen del trabajo de campo desarrollado en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Si bien presentar estos resultados como un modo de “ilustrar” los problemas que se abordaron en las secciones precedentes tiene, sin dudas, un valor pedagógico innegable, no es ése el aspecto central de esta sección. Aún más relevante resulta, para el marco conceptual propuesto, el hecho de que partir de información empírica es una decisión de orden metodológico central, que nos permite evitar el sesgo que han tenido muchos de los abordajes que se comentaron: las idealizaciones y el carácter normativo presentes en la consideración de los procesos de producción y uso social de los conocimientos.

            Un principio metodológico fundamental nos indica que las categorías de análisis no pueden ser postuladas con ausencia de las variables histórico-contextuales que, en la mayor parte de los casos, resultan determinantes para el tipo de configuración de actores en momentos históricos determinados. Así, por ejemplo, como ya fue señalado en parágrafos anteriores, no es posible predicar acerca de un conocimiento entendido en forma genérica, sino que resulta indispensable caracterizar el tipo de conocimiento particular que está en juego, determinar cuáles campos disciplinarios resultan implicados, cuál ha sido su conformación histórica, cómo se configuraron los actores más relevantes (y a través de qué dispositivos “entran en la escena”) y cuál es la dinámica a lo largo de un período determinado.

            Este último aspecto resulta esencial para evitar la caracterización de las relaciones sociales como si se tratara de “datos” que, una vez relevados, permanecen constantes a lo largo del tiempo. Por el contrario, resulta central para el análisis identificar el modo en que los actores van modificando sus articulaciones en función de diferentes variables, y no sólo suponer que ser trata de productores de conocimiento “cuya misión” es la transferir o no el conocimiento en cuestión hacia otras instancias sociales. Consideramos que no hay, pues, ni un determinismo institucional (el contexto institucional lleva a los actores a producir conocimiento útil y socialmente utilizado), ni un determinismo cognitivo (el contenido del conocimiento explica inevitablemente su utilización por parte de otros actores sociales), sino que cada configuración socio-institucional y cognitiva debe ser explicada, y esta explicación debe dar cuenta de las variables particulares que se observan en cada una de las configuraciones estudiadas.

            Esta formulación de método está lejos de suponer un reduccionismo empiricista: por el contrario, supone que la capacidad de acumular material empírico, y de desarrollar sobre esta base estudios comparativos, es el modo de ir poniendo a prueba nuestras propias generalizaciones, de reformularlas y de enriquecer un marco teórico. El desarrollo teórico que se vaya consiguiendo sobre esta base resulta siempre más sólido pero, en nuestro caso, resulta adicionalmente importante, dada la carencia general de marcos conceptuales que nos permitan comprender estos procesos por fuera de lo que ocurre en los países de mayor desarrollo científico y tecnológico.

II.1. 1. Antecedentes históricos [38]

            Las actividades de mejoramiento genético de especies vegetales son muy antiguas en el país: el mejoramiento de semillas se remonta a principios de siglo, con la contratación de fitomejoradores extranjeros. Este campo, por entonces incipiente, se fue articulando alrededor de dos ejes organizadores: por un lado, la investigación genética (netamente inscripta dentro de un régimen disciplinario) que en los tiempos de creación del INTA, en 1956, estaba suficientemente madura tanto en el plano internacional  como en la experiencia local, y las actividades de  hibridación y de mejoramiento de semillas como un ejercicio profesional con un alto desarrollo de conocimiento práctico.

            Hagamos aquí un breve paréntesis para introducir el modo en que creemos necesario analizar este desarrollo. Se trataba, siguiendo la clasificación de Shinn (2000), de una  disciplina estructurada. Este tipo de organización en torno de un régimen disciplinario ha sido abundantemente estudiado por la Sociología y la Historia de la Ciencia. En este sentido, la amplia gama de estudios disponibles nos ha mostrado que resulta particularmente importante focalizar la atención sobre las instituciones específicas en las cuales este tipo de régimen tiene lugar: se trata de instituciones de tipo académico en donde los sujetos sociales tienen claramente incorporadas las reglas de funcionamiento, y en donde las prácticas están bien prescritas en los fundamentos institucionales en donde se inscriben. Así, las instancias de legitimación del conocimiento son fundamentalmente endógenas: en primer lugar, la propia institución, que otorga a sus practicantes una suerte de “credencial” que los reconoce como investigadores legítimos. En segundo lugar, la legitimación hacia la comunidad de practicantes, que juzgan los aspectos técnicos y conceptuales implicados en las prácticas  de los sujetos que trabajan en el marco de un campo disciplinario específico. Esta comunidad de practicantes se constituye, siempre, como una referencia al mismo tiempo local e internacional, organizada, también, por instituciones específicas (asociaciones internacionales) que regulan el funcionamiento de un marco disciplinario y que suelen ser el espacio de las luchas por la imposición de la orientación y límites de dicho campo.

            En el interior de las relaciones que se articulan en estos campos, fuertemente anclados en la organización disciplinar, los mecanismos de legitimación varían de un campo a otro, según aquello que “está en juego” en cada circunstancia histórica particular, así como por el tipo de conocimiento implicado. Mientras en algunos campos la legitimación de los practicantes se refiere a aspectos más puramente endógenos, como la consideración de la importancia de determinadas pretensiones de conocimiento (“descubrimientos”) en función  del interés propio de los mismos practicantes o para el “avance de la disciplina” (relevancia cognitiva), en otros casos la legitimación social se obtiene en referencia a la producción de sentido por parte de otros actores sociales. Si bien la sociología de la ciencia prestó una mayor atención al primero de estos mecanismos, a menudo ambas instancias de legitimación suelen coexistir (como señaló parcialmente Ben-David) generando tensiones que tienden a producir segmentaciones y a ocasionar re-posicionamientos en la organización de un campo disciplinario determinado.

I.1.1.1. Los comienzos

            Es posible afirmar que la organización disciplinaria estaba ya suficientemente madura en el plano internacional desde el fin de los años 20, a partir del establecimiento de la mutagénesis provocada por los rayos X, por parte de T. H. Morgan y de uno de sus colaboradores. Por entonces se establece un período de topología genética que permite acceder a una definición operacional del gen, y eliminar por lo tanto el contexto “metafísico” que rodeaba tanto a la palabra como al objeto (Gros, 1986:24). A partir de allí, las instituciones en las cuales se realizan estudios genéticos se multiplican, particularmente en Gran Bretaña, Alemania y Francia, en donde se da comienzo a una genética fisiológica: se trataba de ligar el rol de los genes a los conocimientos bioquímicos de la época, y especialmente a la fisiología celular.

            Paralelamente al desarrollo de estos conocimientos, se fue desplegando, por esos años, un conjunto de prácticas ligadas, como señalamos antes, al mejoramiento genético vegetal. Estas prácticas respondían a intereses ciertamente diferentes del puro interés cognitivo de investigadores “académicos” como Beadle y Ephrussi, fundadores de una genética muy ligada, como disciplina, a la bioquímica y a la fisiología. Se trataba, en cambio, de ingenieros agrónomos que desplegaban un conocimiento práctico inspirado por una preocupación fundamental: aumentar el rendimiento y la calidad de los cultivos por unidad de producción. Este desarrollo se inscribe más en una lógica “profesional”, en donde la noción de éxito depende de los objetivos socio-económicos asumidos por los agrónomos, directamente ligados a la explotación agrícola.

            Podría decirse que el desarrollo de la genética en el INTA responde, parcialmente, a las dos lógicas brevemente descriptas. Por un lado, el INTA incorpora, desde su fundación,  al antiguo Instituto de Fitotecnia, que pasa a constituir el Departamento de Genética del Centro de Investigación en Ciencias Agronómicas, lo cual le marca una impronta disciplinar e institucional que habrá de permear buena parte del desarrollo de la institución. Allí se instaló un conjunto de investigadores que se habían formado, en las décadas anteriores, junto a los pioneros de la genética en el país: Wilhem Rudolf y S. Horowitz. Pero, sin dudas, el estandarte de la tradición en la investigación clásica en genética lo llevó Edward Favret, quien participó en la fundación y fue durante largos años el director del Instituto de Genética del INTA.

            Las dos lógicas descriptas funcionaron de un modo paralelo y fueron, en el contexto de la institución, la fuente de una permanente tensión que hizo difícil la colaboración entre prácticas profesionales diversas, en donde las preocupaciones cognitivas y las fuentes y los mecanismos de legitimación diferían significativamente. Sin embargo, cada una de ellas fue adquiriendo cierto prestigio, naturalmente referido a ámbitos también diversos. Por un lado, la tarea más “profesional” de los ingenieros fue reconocida, incorporada y valorada por los productores, en especial a través de las acciones de extensión del INTA. Al mismo tiempo, los investigadores (también en su mayor parte ingenieros agrónomos), obtuvieron reconocimiento “científico” por parte de las instancias de validación del conocimiento.

            Que existieran las tensiones descriptas no implicó, sin embargo, que no se registraran, en algunos períodos, algunos casos de “integración exitosa”. De hecho, el conocimiento “práctico” fue frecuentemente utilizado para aportar a la solución de problemas de la investigación e, inversamente, el desarrollo de conocimientos en el marco de la institución fortaleció las actividades de extensión, particularmente en el cultivo de algunos cereales. De hecho, hasta el año 1959 (cuando se promulgó la ley de pedigree abierto y cerrado) el mercado estuvo dominado por los cultivares “públicos”, en donde el INTA tuvo una participación activa. Y más decisivo aún fue el papel desempeñado por la institución hasta mediados de los años 70, período durante el cual el INTA ponía a disposición de las empresas semilleras locales los productos (las semillas) en un estado pre-competitivo -lo cual fue particularmente importante en el caso del maíz. Durante esta época, los productos fueron bien aceptados e incorporados con relativa rapidez por los productores locales.

            Este desarrollo estaba basado en la vigencia de un régimen disciplinario  que reposaba sobre una disciplina -la genética- bien establecida como tal. El aprovechamiento de los conocimientos desarrollados en los laboratorios para el mejoramiento de las especies vegetales -inscripto dentro de una biotecnología “clásica” o de “segunda generación”- articulaba las prácticas en donde la utilidad de las variedades obtenidas estaba en estrecha relación con el tipo de trabajo experimental desplegado por los investigadores y técnicos. Por otra parte, tanto el desarrollo de la investigación genética como las prácticas agronómicas de extensión emprendidas por los profesionales de la institución incorporaban, dentro de una dinámica compleja, el problema de la utilidad como un articulador de las actividades de investigación. Así, con algunas excepciones, no había desarrollos de conocimientos que se produjeran de un modo completamente autónomo de la participación de otros actores sociales y de la integración de ella en el marco de las políticas públicas de desarrollo agrícola.

II.1.1.2. La crisis de los años 70 y las respuestas

Hacia los años ‘70, sin embargo, el escenario se modificó de un modo sustantivo. En primer lugar, se producen entonces innovaciones cruciales en la organización socio-cognitiva: la genética como disciplina ya no se organiza bajo la forma de una articulación disciplinar autónoma, puesto que el desarrollo de la biología molecular (en un eje que se puede esquematizar en los trabajos del grupo Fago en los años 40, el establecimiento de la doble hélice de ADN en  1953 y la formulación del papel del ARN mensajero a mediados de los años 60) y de las técnicas de ingeniería genética, pusieron en cuestión la antigua demarcación disciplinar. De un modo esquemático se ha planteado que la biología molecular se nutre de tres vertientes que le dar origen y que operan como rearticuladores de las configuraciones previas: el análisis de estructuras de proteínas como corriente “estructuralista” (cuyos practicantes, cristalógrafos, provenían de la física o la físico-química), la genética, como corriente “informacionista” y, algún tiempo más tarde, la bioquímica (en particular la bioquímica celular) [39] .

           La genética va pasando, en su organización como disciplina, desde un régimen disciplinario hacia un régimen “de transición”, que es el que integra la biología molecular y las primeras técnicas de ingeniería genética. Se trata de un conjunto de innovaciones conceptuales que se refieren al modo en que se transfiere la información en los seres vivos, pero además, y esto es crucial, se trata de un conjunto de innovaciones técnicas, de los modos de investigar, de los equipamientos necesarios para los laboratorios, de los perfiles de formación necesarios para llevarlos a cabo.

            En segundo lugar, se produjo una profunda transformación en los mercados productores de semillas y, por consiguiente, en el mercado de la explotación agrícola. La irrupción de las firmas  multinacionales, con una enorme capacidad de producción y desarrollo de conocimientos, se produjo asociada al desarrollo de la biotecnología de “tercera generación”, basada en profundos conocimientos de la genética y la biología molecular. Este proceso, que ha sido denominado como “revolución verde” y que está siendo estudiado en diferentes ámbitos, tiene una amplitud que excede largamente los límites de este trabajo. A los efectos del papel desempeñado por la investigación en biotecnología en el INTA, el cambio en el escenario global tuvo consecuencias profundamente transformadoras: si el cambio en el plano socio-cognitivo en la organización de la biología molecular implicó el pasaje de la lógica propia de un régimen disciplinario a uno de transición, la irrupción de nuevos actores generó las condiciones de un nuevo tipo de régimen, transversal.

            El proceso de transformación, relativamente veloz, no ha sido, por cierto, propio solamente de la escena argentina. Así, por ejemplo, en un estudio relativo al instituto similar de Francia, el INRA, se planteaba, que “los actores de la investigación se tornan más heterogéneos: el INRA del primer período se beneficiaba con un cuasi-monopolio de las competencias. Las fuertes conexiones entre el Instituto, el Ministerio de Agricultura y la profesión agrícola contribuían a la eficacia del desarrollo de las innovaciones bajo un modo ‘colbertista’. Los poderes públicos desempeñaban en estos casos un papel esencial de iniciativa y de realización actuando de un modo coherente en diferentes niveles: puesta a punto científica y técnica, reglamentación, sostén del precio...” Este modelo, se pregunta el informe, ¿se puede adaptar a un entorno más abierto y más turbulento de lo que era en los ‘tiempos gloriosos’? Y nos ofrece un ejemplo que será interesante retener: “Tomemos el ejemplo de las plantas transgénicas: el INRA participa a fases precisas de la I+D, en colaboración con PyMES y con grupos químicos... La decisión de autorizar la difusión de las plantas no depende sólo de París, sino de Bruselas, y se inscribe en una negociación mundial” [40] .

            Asociada con estos procesos, se produjo en el INTA una transformación sustantiva en cuanto al perfil de los profesionales reclutados: la antigua plantilla de investigadores formados en la tradición agronómica se vio transformada por la incorporación cada vez más numerosa de investigadores formados en carreras “científicas”: biólogos, químicos, bioquímicos, especialistas en suelos. Esta renovación estuvo asociada con otras transformaciones en el ámbito institucional que tendrán, como intentaremos mostrar más adelante, importantes consecuencias para el replanteo del problema de la utilidad. Por un lado, en el Instituto de Genética, dirigido por Favret, se habían desarrollado capacidades en el desarrollo de proteínas de reserva (del cual era pionero), en la inducción de mutaciones por rayos gamma, micropropagación vegetal, diagnóstico de patógenos, insecticidas biológicos [41] .

            Por otro lado, hacia finales de los años ‘80 y a gracias a un crédito del BID, se estableció un laboratorio de Biología Molecular que será la base, unos pocos años después, del actual Instituto de Biotecnología. A comienzos de los años ‘90, y sobre la base de los dos institutos (el de Genética y el de Biotecnología), se estableció el Programa de Biotecnología Avanzada. El desarrollo de este programa puede ser entendido como un intento, por parte de la institución, de dar respuesta a los cambios producidos en los escenarios local e internacional. El objetivo que se planteó fue el de “Generar conocimientos en las disciplinas base de la biotecnología y desarrollar tecnologías de ingeniería genética u otras técnicas de avanzada  que posibiliten la identificación, caracterización, modificación o creación de genes u organismos de interés agropecuario , para prevenir enfermedades y plagas, acelerar procesos de mejoramiento, obtener nuevos productos e incrementar la sanidad, calidad y cantidad de productos agropecuarios en un marco de agricultura sustentable” [42] .

            De la lectura de estos programas (y del análisis de su desarrollo) resulta evidente que el tema de regímenes articulados en función de la organización disciplinar es un problema más complejo que una simple evolución a lo largo del tiempo. Así, el régimen transversal, del cual la biotecnología representa sin dudas un excelente ejemplo, se despliega en una relación compleja con la circulación de conocimientos a través de diferentes actores sociales, diferentes espacios institucionales, y en donde los instrumentos y los productos no pueden localizarse unívocamente en un solo espacio con normas y con organizaciones sociales homogéneas.

            Con los datos así expuestos, es posible formular una hipótesis provisoria: en principio, un régimen de tipo transversal -al desprenderse parcialmente de los modos de legitimación más específicos de los marcos disciplinarios- parecería mucho más propicio para la integración de la utilidad por parte de los diferentes actores que participan de los procesos de producción de conocimientos. Recíprocamente, un régimen disciplinario integra siempre a la utilidad -explícita o implícitamente- como una de las dimensiones presentes en la producción de conocimientos, pero esta integración se halla siempre en tensión con los modos de legitimación de los sujetos, propios de la institucionalidad de los campos científicos establecidos.

            En el caso que analizamos, los sujetos sociales parecen haber actuado bajo la toma de conciencia del cambio de escenario, tanto en sus aspectos de organización socio-cognitiva como en los propios mercados de producción de bienes y servicios, así como de las instancias de regulación y de establecimiento de políticas. Los programas que señalamos así lo testimonian, al igual que los cambios institucionales, temáticos y en la organización de la investigación. Sin embargo, en la articulación de los problemas de investigación, parece seguir prevaleciendo la normativa disciplinaria, en una definición de objetos de la investigación que prioriza objetivos cognitivos y, más particularmente, el desarrollo de capacidades científico-técnicas por sobre el establecimiento de objetos más complejos.

            Por otro lado, y paradójicamente, en la configuración de estos objetivos de investigación ya no es posible articular, como sí lo era en la época del predominio disciplinar (los “tiempos dorados”, al decir del informe francés),  la relación tripartita entre productores de semillas (que han sido reemplazados por las grandes empresas transnacionales), los practicantes de la investigación agrícola e investigadores “científicos” y los productores rurales.

            Uno de los resultados que surge de este análisis es que la investigación en biotecnología en el INTA va generando un reconocimiento científico creciente, mayor del que gozaba en los años sesenta, al tiempo que va incorporando investigadores del CONICET, y obteniendo subsidios públicos competiendo con las unidades de investigación localizadas en instituciones universitarias. Ello trae como consecuencia un alto grado de prestigio y de reconocimiento respecto de las competencias biotecnológicas del INTA.

            Por otro lado, y nueva paradoja, se va produciendo la revolución tal vez más importante y más veloz en la producción agraria del país en los últimos años: la introducción y desarrollo del cultivo de la soja, particularmente de la soja transgénica. Sin embargo, en este proceso, movilizado y liderado por un actor que irrumpió de un modo “violento” en el escenario, la multinacional Monsanto que actúa como una empresa cuasi monopólica, la institución no es más que un espectador, por cierto que privilegiado.

            Como lo señalan Nevers y otros (2001), en un excelente artículo que aborda la hibridación de plantas en un instituto alemán (análisis muy próximo al que acabamos de presentar), si se aplica la distinción clásica entre investigación “orientada por la teoría” y la investigación “orientada por los productos”, hay una parte de los datos que no parecen adaptarse a este patrón, en la medida en que “numerosos investigadores mencionaron que hay una orientación dual o intermedia con interés tanto por la teoría que por las variedades de plantas. Describen sus prácticas como ‘investigación de base orientada hacia la aplicación (application-oriented basic research)” [43] .

            Finalmente, última paradoja: es precisamente cuando las competencias de investigación y de desarrollo de semillas biotecnológicas llegan al punto más elevado en la consideración científica, cuando el pasaje de un régimen disciplinario hacia un régimen transversal vuelve posible la incorporación en la investigación de la utilidad social efectiva de los conocimientos, cuando los actores (investigadores, productores de semillas, agricultores) lograron establecer verdaderas redes de circulación de conocimientos, que se encuentran de pronto inmersos en un nuevo escenario. Este escenario, que comporta el establecimiento de una investigación técnico-instrumental, implica nuevas reglas de juego y condiciones de supervivencia en el tiempo que, respecto del uso social de los conocimientos, todavía están abiertas y los actores tienen dificultades para dominarlas.

 

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* Investigador del CONICET, Profesor Titular, Universidad Nacional de Quilmes, y Coordinador, Doctorado en Ciencias Sociales, FLACSO Argentina.

[1] Para un desarrollo de estas investigaciones, véase por ejemplo, Kreimer (1999a), Kreimer y Thomas (2000 y 2002)

[2] Es el proceso que hemos analizado como de “integración subordinada” (Kreimer, 1998 y 2002). Existen varios trabajos que analizaron el desarrollo de la ciencia latinoamericana desde el punto de vista de una “ciencia periférica”. Véase, por ejemplo, Cueto (1989), Vessuri (1983), Stepan (1981), Buch (2000), Benchimol (1999), Obregón (2000), Saldaña (1992).

[3] El análisis crítico de estos enfoques lo hemos propuesto en Kreimer y Thomas (2000) y en Thomas y Kreimer (2002).

[4] Las investigaciones de referencia han sido financiadas gracias al aporte de la Agencia Nacional de Promoción de la Ciencia y la Tecnología y la Fundación Antorchas, ambas de Argentina.

[5] Véase Merton (1977).

[6] Debemos aquí, en honor a la verdad, señalar que en el único de sus textos en los cuales Merton se preocupa realmente por este problema es en su tesis doctoral, “Science, Technology and Society in Seventieth Century England”, en una línea de análisis que luego abandonó cuando se concentró  sobre el estudio de la ciencia contemporánea.

[7] Ben David (1977), pág. 258. El análisis relativo al desarrollo de las disciplinas durante los siglos XVII y XVIII se sitúa explícitamente en una línea de continuidad con los trabajos clásicos de Merton, cuyo consejo e inspiración Ben David reconoce con gratitud.

[8] Ben David (1966), pág. 92.

[9] Ben David (1971), pág. 186.

[10] Ben-David, (1982), pág. 212

[11] Ibíd., pág. 213.

[12] Bernal (1939)

[13] Bourdieu (1990), pág. 298.

[14] Bloor (1976), el subrayado es mío.

[15] Véase, por ejemplo, Latour (1989) y (1993).

[16] Por cierto, entre la numerosa producción de los constructivistas, elegimos sólo un pequeño conjunto de trabajos inscriptos bajo esta rúbrica.

[17] Para una discusión general, a mi juicio brillante, del abordaje de Latour y Callon, véase Collins y Yearley, en Pickering (1992).

[18] Latour (1989), pág. 251

[19] Ibíd., pág. 261.

[20] Latour (1983). Las cursivas son del autor.

[21] Ibíd.

[22] Callon (1986). Las cursivas son mías.

[23] Latour (1989), pág. 202. Las cursivas son mías.

[24] Según los autores, la mayor parte de los estudios en sociología de la ciencia están sesgados hacia la explicación de la naturaleza por los aspectos sociales. Dicho de otro modo: observan la ciencia “desde la sociedad” en lugar de situarse en un punto de vista intermedio, capaz de comprender los objetos como son en realidad: híbridos de naturaleza y cultura. Sobre este aspecto, véase en especial Latour (1992).

[25] Véase Collins y Yearley, en Pickering (1992)

[26] Knorr-Cetina (1981). Ver, también, de la misma autora (1983), (1992), (1995).

[27] Knorr-Cetina (1981). Pág. 16.

[28] Ibíd. pág. 18.

[29] Este artículo ha sido incluido en su libro “The manufacture of knowledge”, publicado en 1982.

[30] Knorr-Cetina (1983).

[31] Ibíd.

[32] Shinn (2000), pág. 2. Las cursivas son mías.

[33] El uso que se le da aquí a la idea de “matriz discplinaria” es, por cierto, notoriamente diferente del uso que le diera Kuhn, como un desarrollo posterior de la idea de paradigma. Nos referimos más bien, aquí, al conjunto de relaciones socio-cognitivas que componen la dinámica de un campo particular, que articula a los actores en función de compartir el ejercicio de una disciplina en común.

[34] Shinn (2000), pág. 6.

[35] Se trata de Conocimiento Aplicable No Aplicado, fenómeno propio y extendido en la mayor parte de los países periféricos. Para un análisis en profundidad de este fenómeno, véase Kreimer y Thomas (2002) y (2003).

[36] Por cierto, los estudios inscriptos bajo el paraguas de la teoría de “redes de actores” prestaron mucha atención a considerar tanto casos exitosos como fracasos. Sin embargo, como ya señalamos, la idea de una simetría radical acarrea más problemas que soluciones. Para tener un panorama de estudios de casos “fracasados”, véase en especial Latour (1992) y Callon (1980 y 1989).

[37] Existe una gran cantidad de trabajos que aplican la fórmula de la « triple hélice ». Véase, por ejemplo, Leydesdorff y Etzkowitz, (1998); Etzkowitz y Leydesdorff (1998a); Etzkowitz y Leydesdorff (1998b). Por otro lado, otro modelo muy conocido fue propuesto en los últimos años para intentar dar cuenta de las particularidades y de las transformaciones en el mundo de la investigación de tipo universitario durante las últimas décadas. Se trata del libro colectivo editado por Gibbons, Limoges, Nowotny,  Schwartzman, et alii. (1994). Para un análisis crítico de los dos modelos, véase Shinn (2000) y Kreimer et Thomas (2001). Cer, igualmente, el número 2, vol. 5 de la revista Science, Technology and Society (2000) en especial los artículos de Pestre, Nowotny, Vessuri, y Krishna, Waast y Gaillard.

[38] Quiero agradecer a Patricia Rossini la información elaborada para esta sección.

[39] El texto clásico que ha establecido este origen es el de Stent (1968). Para un análisis con mayor profundidad, véase, entre otros, Thuiller (1975), Gros (1986), Morange (1994) u Olby (1991). Para una lectura sociológica de inspiración kuhneana, véase Mullins (1972).

[40] INRA, (1998), pág. 10-11.

[41] Este último caso es interesante, puesto que se trató de un emprendimiento efectuado en los años ochenta mediante un convenio de colaboración con la Federación Agraria Argentina para desarrollo de un tipo de híbrido a través del sistema denominado “letales balanceados”, y el objetivo era el de desarrollar su puesta a punto comercial. Pese a una evaluación ex ante muy prometedora, los resultados obtenidos en los ensayos de campo determinaron, sin embargo, que los contratantes decidieran abandonar el proyecto. De hecho, este caso fue analizado como uno de los ejemplos “exitosos” en un libro escrito por dos economistas a mediados de los años ochenta y muestra el interés de mostrar el proceso de producción y utilización de conocimientos desde un punto de vista simétrico, lo cual evita considerar sólo los casos que llegan a generar innovaciones efectivas. Para un mayor análisis, véase Katz y Bercovich, 1990.

[42] INTA (1991/1992). Se establecieron, además, las actividades, organizadas en dos subprogramas: a) Genética y manipulación celular: reúne “las acciones de investigación y desarrollo tecnológico en la manipulación, evaluación y combinación a nivel celular de plantas y animales que signifique una mejora en la sanidad y la obtención de especies útiles”; y b) Biología molecular e ingeniería genética: comprende “las acciones de investigación estratégica y desarrollo tecnológico a nivel molecular de los distintos niveles de organización y complejidad de los seres vivos”.

[43] Nevers et alii., (2001), pág. 102.