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científicos y utilidad social |
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N°
26, Año XIV, mayo 2003 |
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Pablo
Kreimer |
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El
estudio de la “utilidad social del conocimiento científico y tecnológico”
constituye una de las dimensiones más relevantes para la comprensión del
papel que desempeñan los procesos de producción de conocimiento científico
en las sociedades modernas, e implica considerar un aspecto fundamental
para la comprensión de las dimensiones presentes en todo proceso de investigación
científica. Las reflexiones que están en el origen de este artículo no
provienen, sin embargo, de una mera petición de principios de orden conceptual,
sino de numerosos trabajos empíricos desarrollados durante los últimos
años en los espacios en donde el
conocimiento es producido
[1]
. Estas reflexiones tienen por objeto explícito
el de contribuir a un mejor conocimiento sobre la producción y el uso
social de conocimientos científicos y tecnológicos en América Latina.
Si
considerar este aspecto es crucial en cualquier contexto nacional o internacional,
resulta particularmente crucial para la comprensión de la relación ciencia-tecnología-sociedad
en contextos periféricos, puesto que allí la utilidad social del conocimiento
interpela la existencia de misma de los procesos de producción de conocimiento.
En la mayor parte de esos países (periféricos o, para utilizar un eufemismo
corriente, “de menor desarrollo relativo”), la investigación científica
se desarrolló en una tensión entre la “ciencia occidental” (impulsada
por las élites políticas y culturales locales) y las restricciones y determinaciones
de la sociedad local. Sin embargo, este proceso de imitación ha sido selectivo,
y las modalidades de integración de los investigadores de la periferia
en una “comundidad científica internacional” (real o imaginaria) han prevalecido,
en casi todos los casos, sobre la utilidad social de los conocimientos
dirigida hacia la sociedad local
[2]
.
Este
artículo comporta tres partes: en la primera, propondré la discusión crítica
del problema de la utilidad social de conocimiento científico tal que
este fue tratado históricamente por los diferentes abordajes desde las
primeras décadas del siglo XX hasta el presente.
En
efecto, la cuestión de la utilidad social del conocimiento recibió la
atención directa o indirecta de numerosos autores, y dio lugar a una cierta
cantidad de desarrollos teóricos. Es posible, en este sentido, distinguir
cuatro abordajes diferentes: la relación ciencia-sociedad; la construcción
de modelos sociales de innovación; el análisis de la dinámica de la innovación
tecnológica; el tratamiento de la propiedad intelectual. Los cuatro abordajes
pueden ser clasificados, a su vez, en cuatro niveles diferentes, respectivamente
sociológico, político, económico y jurídico. Puesto que las especificidades
de los abordajes políticos, económicos y jurídicos de la utilidad del
conocimiento ya lo he discutido en artículos precedentes, concentraremos
aquí nuestro análisis en la crítica de los modelos sociológicos
[3]
.
En
la segunda parte, propondré los elementos de construcción de un nuevo
abordaje sociológico sobre la utilidad social de los conocimientos, susceptible
de dar cuenta, al mismo tiempo, del proceso de construcción de conocimientos
y de las dimensiones sociales del contexto de la investigación.
En
la tercera parte, finalmente, presentaré estas dimensiones “en acción”,
a través de un ejemplo obtenido en una investigación sobre diversos centros
de investigación científica en Argentina durante los años 90
[4]
.
Por cierto, resulta evidente que, desde
el interior de las corrientes que mencionamos, el tópico de la “utilidad
- apropiación” social del conocimiento no ha estado formulado en estos
términos. Esto es relativamente comprensible, puesto que cada una de los
abordajes sociológicos en cuestión desarrolla un arsenal terminológico
propio de la concepción teórica que sustenta (no vale la pena detenernos
aquí en la obvia correspondencia entre los léxicos escogidos y las implicaciones
conceptuales, subyacentes a toda teoría). Sin embargo, lo que nos interesa
aquí es presentar cómo cada abordaje “piensa” el problema de la utilidad,
enmarcado en una particular comprensión de la relación “ciencia-sociedad”.
Veamos.
Desde
lo que se ha denominado el “paradigma mertoniano”, el problema específico
de la apropiación del conocimiento, ¿cuáles eran las bases sobre las cuáles
hubiera sido formulado? En primer lugar, es preciso recordar que el conocimiento,
para Merton y sus discípulos, era un “paquete” cerrado, y que los aspectos
que refieren a los procesos por los cuales dicho conocimiento es obtenido,
no son un problema que incumba al sociólogo. Merton mismo, al presentar
su libro sobre sociología de la ciencia dice “este es un estudio de sociología,
no un tratado de metodología”
[5]
.
Dos
consecuencias se desprenden de este abordaje. La primera es la construcción
de una suerte de “caja negra”, tal como ha sido corrientemente analizada
(y discutida) en los últimos veinte años, en donde, dadas determinadas
condiciones sociales (existencia de instituciones, de recursos, de estructuras
de formación, etc.), se obtienen determinados productos que luego pueden
ser (o no) utilizados socialmente, y cuyos mecanismos de “utlización”
aparecen siempre de un modo difuso, implícita, o son simplemente ignorados
[6]
.
La
segunda consecuencia para el problema que nos ocupa ha sido la concepción
del universo de la ciencia como un espacio “relativamente cerrado”, en
donde prevalece la lógica interna de la “comunidad científica”, al abrigo
de cualquier injerencia externa. El papel de la sociedad (y del Estado) se restringe al de proveer los recursos y recoger
con beneplácito sus resultados.
Los
“elementos sociales determinantes” propuestos por este autor se limitan,
en este caso, a la influencia de las academias científicas sobre el desarrollo
cognitivo (adopción del paradigma matemático-experimental) y el pasaje
institucional de las academias hacia los laboratorios. Sin embargo, la
explicación de la influencia de los aspectos “sociales” sobre la práctica
de la investigación, a pesar del excelente análisis de Ben David, resulta
muy limitada. Analiza la transformación (y la institucionalización) del
rol del científico (al cual ya le había consagrado un libro sumamente
difundido), tanto como otras dimensiones presentes en la organización
de la investigación, en especial la relación entre investigación y enseñanza
de la ciencia, pero no avanza ni un paso más allá en la explicación de
la influencia de las dimensiones sociales sobre los procesos reales
de producción de conocimientos.
La
riqueza y los límites de trabajos de Ben David vuelven a aparecer en la
lectura de un artículo publicado diez años antes y titulado, precisamente,
“Los factores sociales en la génesis de una nueva ciencia. El caso de
la psicología”. Según él, las condiciones sociales necesarias para el
desarrollo de la psicología eran: “a) un rol universitario, más que un
rol de amateur, para los filósofos y los psicólogos; b) una mejor situación,
en el plano de la competencia, de la filosofía que de la psicología, lo
que estimuló la movilidad de personas y de métodos hacia la filosofía;
c) una posición universitaria de la filosofía inferior a la de la fisiología,
lo que obligó a la fisiología a mantener su status científico
[8]
. A pesar del título del artículo, los “factores
sociales” descriptos por el autor no se refieren más que a los aspectos
institucionales de las disciplinas, ignorando todo otro elemento que provenga
de otros actores sociales y que podría desempeñar un papel importante
en el desarrollo de las disciplinas estudiadas.
El
abordaje de Ben David plantea restricciones severas, tanto para el análisis
de la influencia de “factores sociales” sobre el contenido de la investigación,
como para la comprensión de la amplitud de los “factores sociales” considerados.
Es el mismo caso que se plantea en su célebre libro El papel de los
científicos en la sociedad, en donde las relaciones entre ciencia
y sociedad aparecen limitadas al análisis de las instituciones, los cambios
de rol de los científicos o las formas de organización de la investigación,
incluyendo los medios de financiamiento. No hay, en esta obra, referencias
explícitas a las condiciones intelectuales de la producción de conocimientos
ni a los vínculos posibles entre la producción intelectual, las formas
de investigación y el uso de los conocimientos. Cuando él analiza, por
ejemplo, las condiciones “externas” para el desarrollo de la innovación
en el seno de las universidades estadounidenses,
pone básicamente el acento sobre la descentralización y la competencia
entre universidades, lo que limita, una vez más, la participación de otros
actores, verdaderamente “externos” al mundo de la investigación y la educación
superior. Las condiciones “internas”, por su parte, hacen referencia a
la estructura de los departamentos e institutos, más flexibles y autónomos
que las instituciones europeas; no hay lugar, en su análisis, para un
estudio de los factores cognitivos del desarrollo de las disciplinas científicas
[9]
.
Paradójicamente,
es en su análisis sobre las consecuencias
sociales de la investigación científica que Ben David ofrece los avances
más significativos para el desarrollo de un marco teórico de la comprensión
del problema de la utilidad de los conocimientos. En un artículo publicado en 1982,
analiza el problema de la difusión del conocimiento, en especial de lo
que él llama “saber práctico”. Como de costumbre en los trabajos de Ben-David,
su estudio toma como punto de partida la modificación del rol científicos
cuando éstos trabajan para resolver problemas prácticos planteados por
el mundo de la producción industrial o agrícola. Muestra bien que “...
investigadores y productores no piensan ni hablan del mismo modo y tienen
problemas para comunicarse (...) se supone que los investigadores están
al servicio de los productores, pero en la medida en que los investigadores
adaptan realmente su trabajo a las necesidades de la producción, corren
el riesgo de alejarse de sus colegas científicos, puesto que consagrarse
enteramente a la solución de problemas prácticos de una unidad agrícola
o industrial supone en la mayor parte de los casos que se desatiendan
los problemas más fundamentales susceptibles de interesar a otros investigadores.
Esto terminará por hacerles perder sus competencias profesionales y su
reputación”
[10]
.
El punto de vista de Ben-David es
sin dudas interesante, puesto que percibió bien una parte de los problemas
a los cuales se enfrentan hoy los investigadores. Pero su abordaje plantea
dos tipos de problema para el análisis sociológico sobre la utilidad de
los conocimientos científicos. Por un lado, la oposición entre “investigación
básica” e “investigación práctica” no se aplica más que a algunos casos
específicos: en el estudio comparado de diversos laboratorios se encuentran
muchos casos en los cuales los investigadores se las arreglan perfectamente
para articular, en el mismo laboratorio, la búsqueda de “problemas cognitivos”
y la resolución de “problemas prácticos”, a veces gracias a una división
interna del trabajo, a veces gracias a la estrategia de aprovechar los
proyectos “aplicados” para abordar temas más directamente ligados a sus
preocupaciones “teóricas”.
Por otro lado, la oposición “investigación básica/solución
de problemas prácticos” se sostiene en el presupuesto del modelo lineal
de innovación, en donde la ciencia pura
“se difunde específicamente a través de las sociedades científicas, accesible
a quien la quiera utilizar”. Así, para Ben-David, “cada elemento del saber
publicado o discutido públicamente, entra inmediatamente en un proceso
constante de comunicación y de nuevos descubrimientos, y puede ser transferido
de un contexto a otro”
[11]
.
Es precisamente en la separación
taxativa de los contextos (producción, transferencia, utilización) que
se encuentra la dificultad planteada por el análisis de Ben-David para
comprender el problema de la utilidad social del conocimiento sobre bases
sociológicas más sólidas. El modelo lineal supone, como es actualmente
bien conocido, la existencia de una especie de continuum
que, comenzando por la ciencia básica, se continúa en la investigación
aplicada, el desarrollo experimental y, finalmente, desemboca en la innovación
en un mercado. Este modelo no se adapta al funcionamiento real de los
procesos de producción y de uso de conocimientos. Las innovaciones surgen
a menudo directamente de la investigación básica, o bien, en algunos casos,
se producen sin ningún vínculo con la investigación, sea básica o aplicada.
Sin embargo, a pesar de su inadecuación a la realidad y de las numerosas
críticas formuladas a lo largo de las últimas décadas, este
modelo sigue siendo el fundamento de la mayor parte de las políticas científicas
y tecnológicas, en particular en los países de menor desarrollo.
El
abordaje de Ben David plantea igualmente dificultades para la comprensión
de la utilidad social del conocimiento, en la medida en que el análisis
de los roles científicos no toma en cuenta los procesos reales de producción
de conocimiento, y exhibe dificultades para poner en relación la organización
social e institucional y las dimensiones intelectuales y cognitivas de
esos procesos.
Bernal
fue en realidad el primer analista preocupado por la apropiación (desigual)
de los conocimientos científicos. Resulta embargo muy difícil avanzar
en la comprensión de las relaciones sociales engendradas por la producción
social de conocimientos a partir de este esquema, puesto que: a) el mundo
de la investigación es también presentado como un espacio autónomo, racional,
sin ninguna intervención de otros actores mas que los científicos mismos;
b) separa de un modo tajante el espacio de producción de conocimientos
(la comunidad científica) del espacio de utilización social de esos conocimientos,
dominado por los sectores más poderosos de la sociedad capitalista.
En
todo caso, para Merton, al igual que para Bernal o Bourdieu (y más allá
de sus diferencias teóricas), la autonomía de la comunidad o del campo
científico (de acuerdo con la perspectiva que se elija) está sustentada
en un doble juego que va de lo descriptivo a lo prescriptivo.
Así, no sólo el medio interno es observado como autónomo, sino
que toda intervención de algún actor externo es percibida como una intromisión
en dicha autonomía. Esta concepción, que parece loable a la hora de analizar
casos extremos de intervención, como los fundamentos (y las prácticas)
de la ciencia bajo el régimen nazi o el caso Lisenko, se vuelve más comprometida
para comprender la naturaleza de las relaciones entre actores “internos”
y actores “externos” en la producción de conocimientos, sobre todo en
la medida en que dicho proceso nunca deja de ser portador de un carácter
esotérico.
I.2. Las corrientes constructivistas
En
segundo lugar, el contenido mismo de los conocimientos pasa a ser un tópico
que debe ser analizado como producto de interacciones sociales (necesidades,
intereses, luchas de poder, formas de legitimación, estrategias, etc.)
y no como la “mera” aplicación de un método. Es más, conceptos sacralizados
por la epistemología, como “método” o “prueba” son aquí puestos en cuestión
y deben ser leídos de acuerdo con su doble condición social y cognitiva.
El principio de simetría (propuesto también por Bloor) lleva a explicar
por el mismo tipo de causas la obtención de conocimientos “verdaderos”
y los conocimientos “falsos”. Este principio elimina así la diferencia
establecida por la sociología clásica entre las causas “de método” que
explican las creencias verdaderas, y las causas sociales, que explican
las creencias erróneas.
En tercer lugar, tal vez lo más importante,
el contenido mismo de los conocimientos se vuelve un tópico central, y
que debe ser analizado como el producto de interacciones sociales (necesidades,
intereses, luchas de poder, formas de legitimación, estrategias, etc.)
y no sólo como la mera aplicación de reglas impuestas por la comunidad
de especialistas. Además, los conceptos sacralizados por la epistemología,
tales como “método” o “prueba” son puestos en cuestión y deben ser leídos
de acuerdo con una doble condición social y cognitiva. Ccomo consecuencia
de lo anterior, se planteó como una necesidad de la investigación que
los sociólogos comenzaran a indagar lo que ocurre en
el interior de los espacios en los cuales se produce conocimiento,
como los laboratorios y otros espacios.
Este
movimiento, generador de trabajo empírico, permitió observar en los laboratorios
e institutos la presencia de actores y prácticas diferenciados, tanto
“internos” (científicos, técnicos, estudiantes, administradores, etc.)
como “externos” (proveedores de materiales, de equipamiento, poderes públicos,
usuarios, agencias de financiamiento, empresas, organizaciones de la sociedad
civil). Es más, algunos autores señalan que la distinción misma entre
un “adentro” y un “afuera” de los laboratorios es sólo una distinción
analítica carente de sentido para el sociólogo interesado en comprender
los procesos de producción de conocimiento
[15]
.
Varias corrientes se desarrollaron
bajo el paraguas de un “gran programa constructivista”, a veces con diferencias
sustanciales. Formular un abordaje sociológico capaz de dar cuenta de
la utilidad social de los conocimientos nos lleva a discutir, como ejemplo,
sólo dos enfoques constructivistas (incluso bajo el riesgo de una excesiva
simplificación)
[16]
. Los enfoques elegidos se concentran en el análisis
de los laboratorios y de su relación con el problema de la utilidad social
de los conocimientos: se trata de una visión “radical” propuesta por Bruno
Latour y Michel Callon, y de una visión “moderada”, formulada por Karin
Knorr-Cetina.
Latour y Callon, a diferencia de las
corrientes llamadas “clásicas”, establecen un lazo entre los aspectos
“internos” de la investigación y sus dimensiones “externas”. Uno de los
puntos esenciales de la argumentación se apoya sobre las alianzas que los investigadores establecen con otros agente, con el
fin de lograr imponer sus enunciados (y transformarlos en hechos): “Para representar el trabajo que debe emprender aquel que
quiere establecer un hecho, es suficiente imaginar una cadena de miles
de personas sin las cuales el enunciado primitivo no se puede convertir
en una caja negra, y que están todas en condiciones de transmitir el enunciado,
de modificarlo, de alterarlo o de transformarlo en artefacto, sin que
casi nada de su comportamiento pueda ser previsto. ¿Es posible dominar
el destino de un enunciado siendo que es el resultado del comportamiento
de todos esos aliados tan volátiles?”
[18]
. Las alianzas de los actores son, entonces,
el modo de establecer los hechos científicos. Los investigadores deben
reclutar personas que sostendrán la validez de sus enunciados, condición
previa al establecimiento de un “hecho” del cual luego no se podrá dudar
más.
Otra característica de este enfoque
es la “ruptura de las paredes de los laboratorios”. Según Latour, Pasteur
-en un ejemplo que hoy ya es clásico- desplaza su laboratorio hacia los
enfermos, hacia los campesinos, hacia el campo y, recíprocamente, la granja,
los campesinos, los enfermos, entran en un laboratorio que no se parece
más a una entidad cerrada y autosuficiente, sino más bien a un Gran Cuartel
General que moviliza soldados y generales esperando los ataques del enemigo,
reforzando sus propias defensas: “como los hechos científicos son fabricados
en el laboratorio, hay que construir redes muy costosas para que los hechos
puedan circular. Si esto significa que hay que transformar la sociedad
en un laboratorio, y bien, hay que hacerlo”
[20]
.
Así, una vez que las alianzas están
establecidas, Latour y Callon alejan un poco su mirada del laboratorio
y comenzamos a percibir un tejido más complejo: se trata, para estos autores,
de verdaderas redes, articuladas por las relaciones entre los diferentes
temas implicados en el desarrollo de “hechos”. Ahora bien, no se trata
simplemente de redes de actores; existen también agentes no-humanos que
interactúan con los humanos. Para Latour, el
microbio es un actor central en su argumento: “si es evidente que
los microbios son actores esenciales en las relaciones sociales, les debemos
hacer lugar, para que podamos mostrarlos y matarlos”
[21]
. Para Callon, son las vieiras (“coquilles Saint
Jacques”): “para enrolar a las vieiras, éstas deben ante todo querer adherirse
a las redes. Pero esta adherencia no es fácil de obtener. De hecho, las negociaciones más largas y difíciles que los tres investigadores deben
mantener, es con las vieiras...”
[22]
. Ambos proponen aquí un concepto muy polémico
(y muy discutido), el de actantes: “Puesto que tanto los humanos
dotados de palabra como los no-humanos mudos tienen portavoces, propongo
llamar actantes a todos aquellos
que, humanos o no-humanos, estén representados, con el fin de evitar el
modo actor, demasiado antropomórfico”
[23]
.
La última característica que nos interesa,
en este enfoque, es el rol desempeñado por la “naturaleza” en la construcción
de los hechos (científicos y tecnológicos). Latour y Callon proponen la
extensión del principio de simetría, tal como éste había sido formulado
originalmente por David Bloor en 1976: no se trata solamente de establecer
una simetría entre lo verdadero y lo falso, los hechos y los artefactos,
sino que es necesario encontrar un punto de vista simétrico entre el mundo
social y el mundo natural
[24]
.
Cuando se origina una controversia,
ella nunca se resuelve apelando a la naturaleza: un enunciado no se impone
porque es “más verdadero” que aquél de su oponente, sino porque quienes
lo defienden han logrado establecer alianzas más eficaces. En consecuencia,
Latour opone la manera “tradicional” de plantear el problema: “La naturaleza
es la causa de la resolución de las controversias” a una concepción simétrica,
“La naturaleza será el resultado de la resolución de la controversia”.
La visión de Knorr-Cetina toma como
punto de partida la discusión acerca de la inadecuación de la separación
estricta entre el “mundo interno” de la
ciencia y el “contexto social exterior”
[26]
. Según esta autora, el primer problema que se
plantea es el hecho de que “los sistemas sociales, a diferencia de los
organismos, no tienen límites claramente definidos en relación con el
entorno social del sistema, problema que los estudios sociales de la ciencia
sufrieron en gran medida; como Kuhn lo percibió bien, esta distinción
ha sido más vivida que estudiada”
[27]
. El tópico, como podemos ver, vuelve una vez
más al debate. En segundo lugar, según Knorr-Cetina, no se puede verificar
una secuencia según la cual “primero encontramos la producción de innovaciones
interna a la ciencia y luego una selección de las innovaciones que se
adaptan mejor al contexto social”. Por el contrario, “las interpretaciones
selectivas del laboratorio son situacional y contextualmente contingentes.
En ese sentido, el proceso de ‘selección natural’ puede ser repensado
como una reconstrucción contextual en la cual lo interno y lo externo
no están más analíticamente separados”
[28]
.
Para reformular las relaciones entre
los factores externos e internos en la ciencia, Knorr-Cetina dirige su
atención a las negociaciones emprendidas por los científicos con otros
actores, en particular las agencias de financiamiento: es lo que llama
“relaciones de recursos”. Por medio de esas relaciones, los investigadores
establecen cuál es el problema, y cómo debe ser concebido. Los científicos
entran, entonces, en un proceso de traducción de los contenidos implicados
en esas relaciones, para llevar a cabo sus decisiones. Mientras que las
selecciones son largamente dependientes de las relaciones de recursos
y de los contextos trans-científicos, las traducciones son hechas por
los científicos, gracias a criterios particulares.
Los aportes de Knorr-Cetina (condensados
en su brillante artículo sobre las arenas trans-epistémicas de investigación)
constituyen un avance muy importante para la comprensión de los procesos
de investigación científica, tendiendo en cuenta la posibilidad de ampliar
los actores implicados en la construcción de conocimientos, como las agencias
de financiamiento y, sobre todo, los empresarios y otros usuarios -reales
o potenciales- de conocimientos
[29]
. Sin embargo, los trabajos de Knorr-Cetina plantean
otros problemas, surgidos de una manera particular de comprender la “construcción”
de la ciencia, y que podemos resumir en los siguientes puntos:
a)
Como una consecuencia de la voluntad de romper con los modelos
según los cuales el trabajo en el laboratorio está orientado por la búsqueda
de verdad, la autora exagera los elementos “constructivos”, al punto de
afirmar que “los productos científicos deben ser vistos como muy estructurados
en lo interno en el proceso de producción, independientemente de las cuestiones
sobre la estructuración externa por medio de un ajuste o desajuste con
la naturaleza”
[30]
.
b)
Knorr-Cetina acepta el rol desempeñado por los “otros científicos”
en el proceso de producción de conocimientos. Sin embargo, contrariamente
a Kuhn, propone un desplazamiento de la “comunidad de especialistas” y
la ubica en el mismo plano que a los otros actores en función de la legitimación
de los conocimientos: los científicos, como las agencias de financiamiento,
las autoridades de las instituciones científicas, los proveedores de equipamiento,
etc., están integrados en el conjunto de relaciones contenidas en las
“arenas transepistémicas”. El investigador, en este esquema, es concebido
más bien como alguien que toma decisiones “políticas”, limitado por las
restricciones existentes en estas arenas y, más que transepistémicas,
ellas parecen “a-epistémicas” o “no-epistémicas” (aquí exagero posiblemente
un poco mi argumento).
c)
La metáfora de la fabricación de los conocimientos que empuja
hasta sus límites, la lleva a declarar que “la ciencia es un modo de ver
el mundo: (...) una fábrica es un medio de producción, no un establecimiento
construido para imitar la naturaleza”
[31]
. Aquí, una vez más, si bien de un modo más sutil
que en Latour y Callon, el rol de la naturaleza en la construcción de
conocimientos es difícil de comprender: mientras que Latour y Callon buscan
una simetría perfecta entre naturaleza y sociedad, para Knorr-Cetina la
naturaleza parece desempeñar un papel mínimo en el proceso de construcción
de conocimientos. En el límite, los agentes “incorporan” en sus prácticas
las dimensiones del mundo natural como inputs
del proceso de construcción, y no como restricciones objetivas que
se imponen a los “hombres de ciencia”.
I.3. Corrientes más recientes
En la actualidad existen numerosas corrientes en el amplio campo de la sociología de la ciencia, en la medida en que ya no es posible identificar las corrientes -o modelos de análisis- bien establecidas que existían hasta hace algunos años. Sin embargo, a diferencia de las últimas décadas, este campo ya no está estructurado como enfoques teórica y metodológicamente opuestos de un modo radical, sino que algunos tópicos comienzan a establecerse de un modo más bien “transversal”. Así, se incorporan conceptos y métodos que van atravesando diferentes objetos del conocimiento, diferentes campos disciplinarios, diferentes espacios institucionales.
En función de esta disparidad de enfoques, vamos a tomar como ejemplo sólo una de las nuevas corrientes, en la medida en que ella nos provee conceptos clave para una mejor comprensión de los fenómenos de producción y uso social del conocimiento científico y tecnológico. Así, expondré brevemente la conceptualización, propuesta por Terry Shinn, en términos de regímenes de investigación científica y tecnológica. La idea de “régimen” integra diferentes dimensiones, y permite formular una tipología, en donde resultan enfatizados los elementos característicos de cada una de ellas, motivo por el cual deben ser pensados como una estilización de los elementos presentes en cada uno de ellos, más que como una descripción exacta de la dinámica de la investigación. Los regímenes originalmente propuestos por Shinn son tres: disciplinario, transitorio y transversal.
Según Shinn, “la ciencia y la tecnología
posteriores al siglo XVII puede describirse a través de tres formas intelectuales
e institucionales: los regímenes científico y tecnológico disciplinar,
transitorio y transversal. Cada uno de esos regímenes está asociado a
una categoría específica de problemas centrales y a una categoría de mercado para sus descubrimientos.
Las fronteras sociales e intelectuales, la división del trabajo científico,
adquieren formas diferentes en
cada uno de estos regímenes”
[32]
.
Sin embargo, los estudios sobre lo
que podríamos llamar la “matriz disciplinaria” no alcanzan a cubrir toda
la complejidad de un conjunto de actividades científicas que se desarrollan en la periferia de las instituciones
establecidas: a menudo, poner en práctica una investigación, desarrollar
una carrera, exige prácticas que atraviesan transversalmente las fronteras
de una disciplina particular, para “ir a buscar técnicas, datos, conceptos
y cooperación con colegas en disciplinas vecinas”
[33]
. En los regímenes de transición, las oportunidades intelectuales,
técnicas y profesionales aparecen a menudo en la periferia de los campos
disciplinarios clásicos. La mayor parte del tiempo, la búsqueda de recursos
cognitivos, materiales o humanos suplementarios compromete a dos o tres
disciplinas. El movimiento se inscribe en un modelo oscilatorio de ida
y vuelta. En el régimen transitorio, el centro principal de la identidad
y de la acción de los practicantes está todavía ligado a las disciplinas,
mientras que los individuos atraviesan los campos disciplinarios. Así, el movimiento de los investigadores
se sitúa en un modelo oscilatorio de “ida y vuelta” entre esos campos.
Este es muy a menudo el caso del nacimiento de nuevas disciplinas, que
se encuentran en una encrucijada de diversos campos disciplinarios. Aquí,
sin embargo, las demarcaciones institucionales y las formas de división
del trabajo científico continúan siendo de una gran importancia, incluso
cuando resultan atravesadas de un modo específico.
Los regímenes transversales representan un modo de producción científica distinto.
El grado de libertad y el campo de acción de los practicantes es mayor
que en el régimen transitorio. Pero, al mismo tiempo, resulta dificultoso
registrar datos acerca de la trayectoria y carrera de los practicantes.
El origen de este
régimen se remonta a los tiempos de la posguerra, y resulta fundamental
para la comprensión del desarrollo del conocimiento científico y tecnológico.
Las trazas de este régimen son fragmentarias, las adscripciones disciplinarias
y las instituciones muy variables, lo cual se ve incrementado por la extrema
diversidad de medios de los cuales disponen los practicantes para divulgar
su producción: de las publicaciones científicas convencionales a las patentes,
los informes confidenciales, las exposiciones, la comercialización, pasando
por la definición de estándares metrológicos. Aquí, “la identidad de los
investigadores está dada más por los proyectos que por las adscripciones
disciplinarias o de las organizaciones”
[34]
. El radio de acción de los practicantes
es amplio, permitiendo fluidos desplazamientos en el espacio social y
material.
Los tres regímenes –aclara Shinn- pueden
ser considerados interdependientes, enriquecidos por interjuegos recíprocos.
De hecho, es posible encontrar elementos en común. Cada uno de ellos está
fundado en una forma de división del trabajo intelectual, técnico y social.
Las demarcaciones entre los regímenes de investigación científica y los
otros sectores de actividad son importantes, pues permiten al investigador
definir sus objetivos, sus competencias, y sobrevivir a los ataques y
los tiempos difíciles. En este sentido, estas demarcaciones funcionan
como un sistema corporativo de defensa y como un mecanismo que permite
el acceso a privilegios y el ascenso social.
El modelo de análisis que proponemos pretende (debería) superar las dificultades planteadas por los abordajes que discutimos en las páginas anteriores, y se apoya sobre diversos ejes complementarios:
b)
Ciertamente,
existe una frontera que separa el interior del exterior de los laboratorios.
Las dimensiones sociales están presentes en
el interior de las instituciones e incorporadas en la práctica de los
científicos. Los actores sociales significativos pueden ser identificados
en una doble dimensión: su rol social -más o menos “universal”- y las
restricciones locales que deben enfrentar en momentos históricos determinados.
c)
La
investigación científica no debería ser estudiada como un “estado dado”
a partir del juego de los actores; es necesario, en cambio, reforzar las
dimensiones más específicamente sociológicas que están presentes allí.
Propongo, en esta dirección, reconstruir las tradiciones
científicas que
están en el origen de la práctica de los actores: identificaciones culturales,
formas de división del trabajo, mecanismos de construcción y de reproducción
de tradiciones, la manera en que se establece la relación con la naturaleza
y de construir el objeto de las ciencias.
d)
En
el interior de una tradición, es posible observar el modo en que se concibe
la utilidad social de los conocimientos, tanto simbólica como materialmente.
Se trata de enfatizar las relaciones con actores “exteriores” al laboratorio,
sean éstos investigadores, funcionarios, usuarios directos o indirectos
de los conocimientos, reales o potenciales, actores económicos o “sin
fines de lucro”.
Veamos estos ejes con mayor atención.
Contrariamente a lo que había propuesto la sociología de la ciencia “clásica”,
los procesos de producción de conocimientos que tienen lugar en el interior
de los laboratorios no se sitúan en un continuum propio del modelo lineal de innovación “ciencia
básica - ciencia aplicada -- desarrollo experimental-apropiación/utilidad
social de los conocimientos”. Este modelo parece utilizar la analogía
de “una línea de montaje” en donde, por ejemplo, el sector de pintura
está localizado, naturalmente, más adelante del sector de ensamblaje.
La utilidad social de los conocimientos, en cambio, es uno de los elementos
presentes desde la concepción de un nuevo tema de investigación. Existe
una participación, real o potencial, de otros actores en la construcción
de un proyecto de investigación, la elección de un tema, los métodos a
aplicar, la manera de organizar el trabajo, etc. Esto no significa que
el trabajo científico esté completamente determinado por la participación
-los intereses, las posiciones de poder relativas- de otros actores. Los
investigadores esbozan una estrategia de investigación, teniendo en cuenta
las restricciones socio-institucionales, los problemas concretos planteados
por el objeto de investigación y, también, por el juego establecido con
los otros actores.
El marco analítico propuesto por Shinn
(que describimos en la sección anterior) nos permite avanzar hacia una
comprensión más compleja del rol desempeñado por la utilidad social de
los conocimientos en la investigación científica, a partir de cada uno
de los tres regímenes. En nuestro caso, la reflexión toma como punto de
partida la reconstrucción del modelo lineal, intentando centrar nuestro
análisis sobre el rol -y la dinámica- de los actores y, en particular,
de los científicos mismos. Desde el punto de vista de los investigadores,
pues, el problema de la utilidad social del conocimiento puede adoptar
múltiples formas:
Desarrollar
sus investigaciones sin tomar en consideración ningún tipo de usuario
o de actor otro que los propios colegas de un campo disciplinario. Esta
práctica es característica, en principio, de lo que Shinn denomina “régimen
disciplinario”, entendido de un modo “tradicional”.
Incorporar,
en el curso de la construcción de una “agenda de investigación”, la representación
de un usuario “ideal”. Este actor, idealmente construido, puede ignorar
los productos del conocimiento, localizados en una interacción imaginaria.
Este tipo de práctica, también propia de regímenes disciplinarios, puede
estar tanto influida por políticas de estímulo a la innovación, como por
motivaciones propias de los grupos de investigación, en la búsqueda de
legitimación de sus propios conocimientos. Este caso es uno de los que
caracterizan la emergencia del fenómeno CANA
[35]
.
Una
variante específica del caso precedente se produce cuando el productor
de conocimientos, a pesar de la construcción ideal de un usuario ideal,
logra interactuar efectivamente con aquél. Puede entonces comenzar un
mecanismo de re-significación del producto, tanto como del proceso mismo
de investigación y puede (o no) dar lugar a una utilidad efectiva. Este
caso es propio de regímenes de transición, aunque luego de las relaciones
entabladas por los diferentes actores, puede igualmente dar lugar a fenómenos
de CANA.
Finalmente,
otros actores significativos pueden estar presentes de un modo real y
efectivo, ab initio, en los procesos de producción de conocimientos.
Estos actores participan en los aspectos cognitivos de la producción científica
a través de un proceso muy complejo. Normalmente, estos procesos -muy
poco frecuentes en los países periféricos- dan lugar a una utilización
efectiva de los conocimientos producidos. Pueden hacer “entrar” o “salir”
a otros actores, en un proceso dinámico. Estos procesos son, por regla
general, específicos de los regímenes “transversales”.
Este enfoque nos permite repensar y
adaptar el principio de simetría tal como éste había sido formulado por
el programa constructivista (me refiero, ciertamente, a su formulación
original y no a la absurda deriva radical). En efecto, la mayor parte
de los estudios de casos acerca de las relaciones entre “producción de
conocimientos” y “usos sociales” se han concentrado sobre los casos exitosos,
aquellos en donde se ha podido constatar una relación efectiva entre
productores y usuarios del conocimiento, ligados por el interés, la racionalidad,
en resumen, por la lógica de la producción, más que por una lógica socio-epistemológica
más compleja
[36]
. Este problema se puede observar también en
las investigaciones acerca de las relaciones “ciencia - industria” o,
aun, en los estudios sobre las relaciones en el interior de una triple
hélice (ciencia, industria, gobierno)
[37]
.
La ampliación del principio de simetría,
tal como lo entendemos aquí, está inspirada por una aproximación a la
vez teórica y metodológica. La primera se explica por la construcción
misma de nuestro objeto de investigación: ¿por qué dejar de lado la mayor
parte de la producción de conocimientos, aquélla que no tiene ninguna
relación explícita con los actores implicados en la utilidad real o potencial de los conocimientos?
Si la dimensión de la utilidad social está presente, como ya lo hemos
señalado, desde la concepción de un tema de investigación, es sobre el
proceso mismo de investigación que se debe llevar la observación sociológica.
En cuanto al problema de método, como
en toda investigación que implique una dimensión histórica (y, en efecto,
la reconstrucción de estos procesos no puede no obviar la mirada retrospectiva),
es necesario evitar la explicación construida ex post; es decir, explicar la historia de los acontecimientos recurriendo a
eventos posteriores (ni a interpretaciones ulteriores) a los problemas
que se pretende comprender. Este horror metodológico, desgraciadamente
muy frecuente, tiene como consecuencia una interpretación sesgada de la
historia. La investigación de las causas que resulta de allí, no puede
tener sino un uso muy limitado para comprender, en un caso específico,
la dinámica de investigación científica.
La dimensión histórica del problema
puede ser buscada a través de la construcción y de la reproducción de
las tradiciones científicas. Una tradición reposa sobre un conjunto de
identificaciones culturales que condicionan los modos de comprender la
ciencia y las prácticas científicas. Esta identificación se expresa a
través de aspectos muy diferentes, en particular, por la elección de temas
de investigación (momento clave en los laboratorios). Algunos elementos
importantes desempeñan allí un papel fundamental en estas elecciones:
las vinculaciones posibles en el seno de una comunidad científica, los
intereses exteriores al laboratorio que puedan ser movilizados para el
desarrollo de las investigaciones (organismos públicos, actores privados),
la implicación de la investigación en la resolución de problemas sociales,
la evolución de condiciones técnicas, etc. El peso de una tradición puede
ser por lo tanto considerable: cuando un investigador se inscribe en una
corriente particular, debe reivindicar un “linaje” con sus predecesores,
con el fin de poner en marcha sus propias investigaciones. Las tradiciones
no se expresan simplemente en una relación de continuidad con los trabajos precedentes, sino que el investigador “heredero” debe
mostrar sus aportes específicos al mismo tiempo que afirma su pertenencia
a una escuela de investigación.
En la medida en que las tradiciones
científicas se articulan como configuraciones de identificación colectiva
que se van conformando a través de sucesivas generaciones, se ponen en
juego “relaciones de filiación” entre maestros y discípulos, que van construyendo
verdaderas modalidades de trabajo,
formas de ver y de practicar el trabajo científico. En este marco, los
modos en que se pretende legitimar un conocimiento y, a través de ellos,
legitimar a los propios científicos como productores de esos conocimientos,
se halla inscripto como uno de los núcleos centrales que componen una
tradición. Así, en el interior de las tradiciones científicas, la preocupación
por reforzar los vínculos con el uso social del conocimiento en un contexto
local suele estar en permanente tensión con la vocación de legitimación
de los conocimientos que se dirige a la “comunidad internacional” de especialistas
de un campo determinado.
Aun si se adopta un punto de vista
simétrico sobre estas cuestiones, es necesario hacer un seguimiento de
los productos del conocimiento, por los recorridos determinados por los actores y los
contextos institucionales, luego de haber identificado los mecanismos
de construcción de la utilidad social en el interior de los espacios de
producción. Hay que señalar que el producto, así definido, nunca es el
mismo: este producto resulta re-interpretado
por los otros actores, incorporado en otros productos y prácticas sociales,
en un proceso más complejo de resignificación. Si la utilidad social manifestada
en el interior de los espacios de producción se convierte en una apropiación
real por parte de otros actores, se trata entonces de un problema complementario
que debe ser analizado como tal, pero que no debe ser confundido con los
análisis de la utilidad social de los conocimientos que propuse más arriba.
Es frecuente, en la literatura que
se ocupa de estos temas, hablar de “conocimiento científico” sin recurrir
a otras mediaciones que limiten el campo de referencia de los análisis,
estén éstas sustentadas en una base empírica o en presupuestos teóricos.
Parece por lo tanto necesario limitar el valor de los enunciados analíticos
al espacio de trabajo de un campo disciplinario específico, por amplio
que éste sea. Sólo entonces será posible establecer una matriz de identificaciones
culturales en la conformación de una tradición determinada, que tome en
cuenta: las formas específicas de organización de la investigación, las
preocupaciones conceptuales de los actores, las estructuras sociales predominantes,
los tipos de actores implicados, las configuraciones institucionales,
el tipo de conocimientos producidos o que se quieren producir. En efecto,
las generalizaciones surgidas de un campo disciplinario particular que
pretenden extenderse hacia todos los espacios de producción, pueden ocultar
ciertas dimensiones que sólo poseen una validez interpretativa en el interior
de campo específico estudiado.
Quisiera finalizar esta sección definiendo,
paralelamente a los regímenes de investigación propuestos por Shinn, la
necesidad de desarrollar los regímenes de utilidad social de los conocimientos. Esta formulación no es, sin embargo, una
tarea simple: en la definición de esos regímenes, debemos tomar en cuenta
la interacción de las dimensiones presentes a lo largo de todo este artículo
(construcción de tradiciones científicas, tipos de actores implicados,
configuración institucional, etc.). No alcanza, así, con establecer los
“grandes principios” organizadores: es necesario, además, emprender una
investigación de fuerte base empírica y comparativa que sea capaz de reforzar
los enunciados que propusimos y que no tienen, por el momento, más valor
que el de conjeturas que deben ser confirmadas con la profundización del
conocimiento del objeto.
II. Ilustración:
breve análisis de un caso en Argentina
Un principio metodológico fundamental
nos indica que las categorías de análisis no pueden ser postuladas con
ausencia de las variables histórico-contextuales que, en la mayor parte
de los casos, resultan determinantes para el tipo de configuración de
actores en momentos históricos determinados. Así, por ejemplo, como ya
fue señalado en parágrafos anteriores, no es posible predicar acerca de
un conocimiento entendido en forma genérica, sino que resulta indispensable
caracterizar el tipo de conocimiento particular que está en juego, determinar
cuáles campos disciplinarios resultan implicados, cuál ha sido su conformación
histórica, cómo se configuraron los actores más relevantes (y a través
de qué dispositivos “entran en la escena”) y cuál es la dinámica a lo
largo de un período determinado.
Este último aspecto resulta esencial
para evitar la caracterización de las relaciones sociales como si se tratara
de “datos” que, una vez relevados, permanecen constantes a lo largo del
tiempo. Por el contrario, resulta central para el análisis identificar
el modo en que los actores van modificando sus articulaciones en función
de diferentes variables, y no sólo suponer que ser trata de productores
de conocimiento “cuya misión” es la transferir o no el conocimiento en
cuestión hacia otras instancias sociales. Consideramos que no hay, pues,
ni un determinismo institucional
(el contexto institucional lleva a los actores a producir conocimiento
útil y socialmente utilizado), ni un determinismo cognitivo (el contenido del conocimiento explica inevitablemente
su utilización por parte de otros actores sociales), sino que cada configuración
socio-institucional y cognitiva debe ser explicada, y esta explicación debe dar cuenta de las variables
particulares que se observan en cada una de las configuraciones estudiadas.
Esta formulación de método está lejos
de suponer un reduccionismo empiricista: por el contrario, supone que
la capacidad de acumular material empírico, y de desarrollar sobre esta
base estudios comparativos, es el modo de ir poniendo a prueba nuestras
propias generalizaciones, de reformularlas y de enriquecer un marco teórico.
El desarrollo teórico que se vaya consiguiendo sobre esta base resulta
siempre más sólido pero, en nuestro caso, resulta adicionalmente importante,
dada la carencia general de marcos conceptuales que nos permitan comprender
estos procesos por fuera de lo que ocurre en los países de mayor desarrollo
científico y tecnológico.
Las actividades de mejoramiento
genético de especies vegetales son muy antiguas en el país: el mejoramiento
de semillas se remonta a principios de siglo, con la contratación de fitomejoradores
extranjeros. Este campo, por entonces incipiente, se fue articulando alrededor
de dos ejes organizadores: por un lado, la investigación genética (netamente
inscripta dentro de un régimen disciplinario)
que en los tiempos de creación del INTA, en 1956, estaba suficientemente
madura tanto en el plano internacional
como en la experiencia local, y las actividades de
hibridación y de mejoramiento de semillas como un ejercicio profesional
con un alto desarrollo de conocimiento práctico.
Hagamos aquí un breve
paréntesis para introducir el modo en que creemos necesario analizar este
desarrollo. Se trataba, siguiendo la clasificación de Shinn (2000), de
una disciplina estructurada. Este tipo de organización
en torno de un régimen disciplinario ha sido abundantemente estudiado
por la Sociología y la Historia de la Ciencia. En este sentido, la amplia
gama de estudios disponibles nos ha mostrado que resulta particularmente
importante focalizar la atención sobre las instituciones
específicas en las cuales este tipo de régimen tiene lugar: se trata de
instituciones de tipo académico en donde los sujetos sociales tienen claramente
incorporadas las reglas de funcionamiento, y en donde las prácticas están
bien prescritas en los fundamentos institucionales en donde se inscriben.
Así, las instancias de legitimación del conocimiento son fundamentalmente
endógenas: en primer lugar, la propia institución, que otorga a sus practicantes
una suerte de “credencial” que los reconoce como investigadores legítimos.
En segundo lugar, la legitimación hacia la comunidad de practicantes,
que juzgan los aspectos técnicos y conceptuales implicados en las prácticas de los sujetos que trabajan en el marco de
un campo disciplinario específico. Esta comunidad de practicantes se constituye,
siempre, como una referencia al mismo tiempo local e internacional, organizada,
también, por instituciones específicas (asociaciones internacionales)
que regulan el funcionamiento de un marco disciplinario y que suelen ser
el espacio de las luchas por la imposición de la orientación y límites
de dicho campo.
En el interior de las relaciones que
se articulan en estos campos, fuertemente anclados en la organización
disciplinar, los mecanismos de legitimación varían de un campo a otro,
según aquello que “está en juego” en cada circunstancia histórica particular,
así como por el tipo de conocimiento implicado. Mientras en algunos campos
la legitimación de los practicantes se refiere a aspectos más puramente
endógenos, como la consideración de la importancia de determinadas pretensiones
de conocimiento (“descubrimientos”) en función
del interés propio de los mismos practicantes o para el “avance
de la disciplina” (relevancia cognitiva), en otros casos la legitimación
social se obtiene en referencia a la producción de sentido por parte de
otros actores sociales. Si bien la sociología de la ciencia prestó una
mayor atención al primero de estos mecanismos, a menudo ambas instancias
de legitimación suelen coexistir (como señaló parcialmente Ben-David)
generando tensiones que tienden a producir segmentaciones y a ocasionar
re-posicionamientos en la organización de un campo disciplinario determinado.
Paralelamente al desarrollo de estos
conocimientos, se fue desplegando, por esos años, un conjunto de prácticas
ligadas, como señalamos antes, al mejoramiento genético vegetal. Estas
prácticas respondían a intereses ciertamente diferentes del puro interés
cognitivo de investigadores “académicos” como Beadle y Ephrussi, fundadores
de una genética muy ligada, como disciplina, a la bioquímica y a la fisiología.
Se trataba, en cambio, de ingenieros agrónomos que desplegaban un conocimiento
práctico inspirado por una preocupación fundamental: aumentar el rendimiento
y la calidad de los cultivos por unidad de producción. Este desarrollo
se inscribe más en una lógica “profesional”, en donde la noción de éxito depende de los objetivos socio-económicos asumidos por los agrónomos,
directamente ligados a la explotación agrícola.
Podría decirse que el desarrollo de
la genética en el INTA responde, parcialmente, a las dos lógicas brevemente
descriptas. Por un lado, el INTA incorpora, desde su fundación, al antiguo Instituto de Fitotecnia, que pasa
a constituir el Departamento de Genética del Centro de Investigación en
Ciencias Agronómicas, lo cual le marca una impronta disciplinar e institucional
que habrá de permear buena parte del desarrollo de la institución. Allí
se instaló un conjunto de investigadores que se habían formado, en las
décadas anteriores, junto a los pioneros de la genética en el país: Wilhem
Rudolf y S. Horowitz. Pero, sin dudas, el estandarte de la tradición en
la investigación clásica en genética lo llevó Edward Favret, quien participó
en la fundación y fue durante largos años el director del Instituto de
Genética del INTA.
Las dos lógicas descriptas funcionaron
de un modo paralelo y fueron, en el contexto de la institución, la fuente
de una permanente tensión que hizo difícil la colaboración entre prácticas
profesionales diversas, en donde las preocupaciones cognitivas y las fuentes
y los mecanismos de legitimación diferían significativamente. Sin embargo,
cada una de ellas fue adquiriendo cierto prestigio, naturalmente referido
a ámbitos también diversos. Por un lado, la tarea más “profesional” de
los ingenieros fue reconocida, incorporada y valorada por los productores,
en especial a través de las acciones de extensión del INTA. Al mismo tiempo,
los investigadores (también en su mayor parte ingenieros agrónomos), obtuvieron
reconocimiento “científico” por parte de las instancias de validación
del conocimiento.
Que existieran las tensiones descriptas
no implicó, sin embargo, que no se registraran, en algunos períodos, algunos
casos de “integración exitosa”. De hecho, el conocimiento “práctico” fue
frecuentemente utilizado para aportar a la solución de problemas de la
investigación e, inversamente, el desarrollo de conocimientos en el marco
de la institución fortaleció las actividades de extensión, particularmente
en el cultivo de algunos cereales. De hecho, hasta el año 1959 (cuando
se promulgó la ley de pedigree
abierto y cerrado) el mercado estuvo dominado por los cultivares “públicos”,
en donde el INTA tuvo una participación activa. Y más decisivo aún fue
el papel desempeñado por la institución hasta mediados de los años 70,
período durante el cual el INTA ponía a disposición de las empresas semilleras
locales los productos (las semillas) en un estado pre-competitivo -lo
cual fue particularmente importante en el caso del maíz. Durante esta
época, los productos fueron bien aceptados e incorporados con relativa
rapidez por los productores locales.
Este desarrollo estaba basado en la
vigencia de un régimen disciplinario
que reposaba sobre una disciplina -la genética- bien establecida
como tal. El aprovechamiento de los conocimientos desarrollados en los
laboratorios para el mejoramiento de las especies vegetales -inscripto
dentro de una biotecnología “clásica” o de “segunda generación”- articulaba
las prácticas en donde la utilidad de las variedades obtenidas estaba
en estrecha relación con el tipo de trabajo experimental desplegado por
los investigadores y técnicos. Por otra parte, tanto el desarrollo de
la investigación genética como las prácticas agronómicas de extensión
emprendidas por los profesionales de la institución incorporaban, dentro
de una dinámica compleja, el problema de la utilidad como un articulador
de las actividades de investigación. Así, con algunas excepciones, no
había desarrollos de conocimientos que se produjeran de un modo completamente
autónomo de la participación de otros actores sociales y de la integración
de ella en el marco de las políticas públicas de desarrollo agrícola.
Hacia
los años ‘70, sin embargo, el escenario se modificó de un modo sustantivo.
En primer lugar, se producen entonces innovaciones cruciales en la organización
socio-cognitiva: la genética como disciplina ya no se organiza bajo la
forma de una articulación disciplinar autónoma, puesto que el desarrollo
de la biología molecular (en un eje que se puede esquematizar en los trabajos
del grupo Fago en los años 40, el establecimiento de la doble hélice de
ADN en 1953 y la formulación del papel del ARN mensajero
a mediados de los años 60) y de las técnicas de ingeniería genética, pusieron
en cuestión la antigua demarcación disciplinar. De un modo esquemático
se ha planteado que la biología molecular se nutre de tres vertientes
que le dar origen y que operan como rearticuladores de las configuraciones
previas: el análisis de estructuras de proteínas como corriente “estructuralista”
(cuyos practicantes, cristalógrafos, provenían de la física o la físico-química),
la genética, como corriente “informacionista” y, algún tiempo más tarde,
la bioquímica (en particular la bioquímica celular)
[39]
.
La genética va pasando, en su organización
como disciplina, desde un régimen disciplinario hacia un régimen “de transición”,
que es el que integra la biología molecular y las primeras técnicas de
ingeniería genética. Se trata de un conjunto de innovaciones conceptuales
que se refieren al modo en que se transfiere la información en los seres
vivos, pero además, y esto es crucial, se trata de un conjunto de innovaciones técnicas, de los modos de investigar,
de los equipamientos necesarios para los laboratorios, de los perfiles
de formación necesarios para llevarlos a cabo.
En segundo lugar, se produjo una profunda
transformación en los mercados productores de semillas y, por consiguiente,
en el mercado de la explotación agrícola. La irrupción de las firmas
multinacionales, con una enorme capacidad de producción y desarrollo
de conocimientos, se produjo asociada al desarrollo de la biotecnología
de “tercera generación”, basada en profundos conocimientos de la genética
y la biología molecular. Este proceso, que ha sido denominado como “revolución
verde” y que está siendo estudiado en diferentes ámbitos, tiene una amplitud
que excede largamente los límites de este trabajo. A los efectos del papel
desempeñado por la investigación en biotecnología en el INTA, el cambio
en el escenario global tuvo consecuencias profundamente transformadoras:
si el cambio en el plano socio-cognitivo en la organización de la biología
molecular implicó el pasaje de la lógica propia de un régimen disciplinario
a uno de transición, la irrupción de nuevos actores generó las condiciones
de un nuevo tipo de régimen, transversal.
El proceso de transformación, relativamente
veloz, no ha sido, por cierto, propio solamente de la escena argentina.
Así, por ejemplo, en un estudio relativo al instituto similar de Francia,
el INRA, se planteaba, que “los actores de la investigación se tornan
más heterogéneos: el INRA del primer período se beneficiaba con un cuasi-monopolio
de las competencias. Las fuertes conexiones entre el Instituto, el Ministerio
de Agricultura y la profesión agrícola contribuían a la eficacia del desarrollo
de las innovaciones bajo un modo ‘colbertista’. Los poderes públicos desempeñaban
en estos casos un papel esencial de iniciativa y de realización actuando
de un modo coherente en diferentes niveles: puesta a punto científica
y técnica, reglamentación, sostén del precio...” Este modelo, se pregunta
el informe, ¿se puede adaptar a un entorno más abierto y más turbulento
de lo que era en los ‘tiempos gloriosos’? Y nos ofrece un ejemplo que
será interesante retener: “Tomemos el ejemplo de las plantas transgénicas:
el INRA participa a fases precisas de la I+D, en colaboración con PyMES
y con grupos químicos... La decisión de autorizar la difusión de las plantas
no depende sólo de París, sino de Bruselas, y se inscribe en una negociación
mundial”
[40]
.
Asociada con estos procesos, se produjo
en el INTA una transformación sustantiva en cuanto al perfil de los profesionales
reclutados: la antigua plantilla de investigadores formados en la tradición
agronómica se vio transformada por la incorporación cada vez más numerosa
de investigadores formados en carreras “científicas”: biólogos, químicos,
bioquímicos, especialistas en suelos. Esta renovación estuvo asociada
con otras transformaciones en el ámbito institucional que tendrán, como
intentaremos mostrar más adelante, importantes consecuencias para el replanteo
del problema de la utilidad. Por un lado, en el Instituto de Genética,
dirigido por Favret, se habían desarrollado capacidades en el desarrollo
de proteínas de reserva (del cual era pionero), en la inducción de mutaciones
por rayos gamma, micropropagación vegetal, diagnóstico de patógenos, insecticidas
biológicos
[41]
.
Por otro lado, hacia finales de los
años ‘80 y a gracias a un crédito del BID, se estableció un laboratorio
de Biología Molecular que será la base, unos pocos años después, del actual
Instituto de Biotecnología. A comienzos de los años ‘90, y sobre la base
de los dos institutos (el de Genética y el de Biotecnología), se estableció
el Programa de Biotecnología Avanzada. El desarrollo de este programa
puede ser entendido como un intento, por parte de la institución, de dar
respuesta a los cambios producidos en los escenarios local e internacional.
El objetivo que se planteó fue el de “Generar conocimientos en las disciplinas
base de la biotecnología y desarrollar tecnologías de ingeniería genética
u otras técnicas de avanzada que
posibiliten la identificación, caracterización, modificación o creación
de genes u organismos de interés agropecuario , para prevenir enfermedades
y plagas, acelerar procesos de mejoramiento, obtener nuevos productos
e incrementar la sanidad, calidad y cantidad de productos agropecuarios
en un marco de agricultura sustentable”
[42]
.
De la lectura de estos programas (y
del análisis de su desarrollo) resulta evidente que el tema de regímenes
articulados en función de la organización disciplinar es un problema más
complejo que una simple evolución a lo largo del tiempo. Así, el régimen
transversal, del cual la biotecnología representa sin dudas un excelente
ejemplo, se despliega en una relación compleja con la circulación de conocimientos
a través de diferentes actores sociales, diferentes espacios institucionales,
y en donde los instrumentos y los productos no pueden localizarse unívocamente
en un solo espacio con normas y con organizaciones sociales homogéneas.
Con los datos así expuestos, es posible
formular una hipótesis provisoria:
en principio, un régimen de tipo transversal -al desprenderse parcialmente
de los modos de legitimación más específicos de los marcos disciplinarios-
parecería mucho más propicio para la integración de la utilidad por parte
de los diferentes actores que participan de los procesos de producción
de conocimientos. Recíprocamente, un régimen disciplinario integra siempre
a la utilidad -explícita o implícitamente- como una de las dimensiones
presentes en la producción de conocimientos, pero esta integración se
halla siempre en tensión con los modos de legitimación de los sujetos,
propios de la institucionalidad de los campos científicos establecidos.
En el caso que analizamos, los sujetos
sociales parecen haber actuado bajo la toma de conciencia del cambio de
escenario, tanto en sus aspectos de organización socio-cognitiva como
en los propios mercados de producción de bienes y servicios, así como
de las instancias de regulación y de establecimiento de políticas. Los
programas que señalamos así lo testimonian, al igual que los cambios institucionales,
temáticos y en la organización de la investigación. Sin embargo, en la
articulación de los problemas de investigación, parece seguir prevaleciendo la normativa disciplinaria, en una definición
de objetos de la investigación que prioriza objetivos cognitivos y, más
particularmente, el desarrollo de
capacidades científico-técnicas por sobre el establecimiento de objetos
más complejos.
Por otro lado, y paradójicamente, en
la configuración de estos objetivos de investigación ya no es posible
articular, como sí lo era en la época del predominio disciplinar (los
“tiempos dorados”, al decir del informe francés),
la relación tripartita entre productores de semillas (que han sido
reemplazados por las grandes empresas transnacionales), los practicantes
de la investigación agrícola e investigadores “científicos” y los productores
rurales.
Uno de los resultados que surge de
este análisis es que la investigación en biotecnología en el INTA va generando
un reconocimiento científico
creciente, mayor del que gozaba en los años sesenta, al tiempo que va
incorporando investigadores del CONICET, y obteniendo subsidios públicos
competiendo con las unidades de investigación localizadas en instituciones
universitarias. Ello trae como consecuencia un alto grado de prestigio
y de reconocimiento respecto de las competencias biotecnológicas del INTA.
Por otro lado, y nueva paradoja, se
va produciendo la revolución tal vez más importante y más veloz en la
producción agraria del país en los últimos años: la introducción y desarrollo
del cultivo de la soja, particularmente de la soja transgénica. Sin embargo, en este proceso, movilizado y liderado
por un actor que irrumpió de un modo “violento” en el escenario, la multinacional
Monsanto que actúa como una empresa cuasi monopólica, la institución no
es más que un espectador, por cierto que privilegiado.
Como lo señalan Nevers y otros (2001),
en un excelente artículo que aborda la hibridación de plantas en un instituto
alemán (análisis muy próximo al que acabamos de presentar), si se aplica
la distinción clásica entre investigación “orientada por la teoría” y
la investigación “orientada por los productos”, hay una parte de los datos
que no parecen adaptarse a este patrón, en la medida en que “numerosos
investigadores mencionaron que hay una orientación dual o intermedia con
interés tanto por la teoría que por las variedades de plantas. Describen
sus prácticas como ‘investigación de base orientada hacia la aplicación
(application-oriented basic research)”
[43]
.
Finalmente, última paradoja: es precisamente
cuando las competencias de investigación y de desarrollo de semillas biotecnológicas
llegan al punto más elevado en la consideración científica, cuando el
pasaje de un régimen disciplinario hacia un régimen transversal vuelve
posible la incorporación en la investigación de la utilidad social efectiva
de los conocimientos, cuando los actores (investigadores, productores
de semillas, agricultores) lograron establecer verdaderas redes de circulación
de conocimientos, que se encuentran de pronto inmersos en un nuevo escenario.
Este escenario, que comporta el establecimiento de una investigación técnico-instrumental,
implica nuevas reglas de juego y condiciones de supervivencia en el tiempo
que, respecto del uso social de los conocimientos, todavía están abiertas
y los actores tienen dificultades para dominarlas.
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* Investigador del CONICET, Profesor Titular, Universidad Nacional de Quilmes, y Coordinador, Doctorado en Ciencias Sociales, FLACSO Argentina.
[1] Para un desarrollo de estas investigaciones, véase por ejemplo, Kreimer (1999a), Kreimer y Thomas (2000 y 2002)
[2] Es el proceso que hemos analizado como de “integración subordinada” (Kreimer, 1998 y 2002). Existen varios trabajos que analizaron el desarrollo de la ciencia latinoamericana desde el punto de vista de una “ciencia periférica”. Véase, por ejemplo, Cueto (1989), Vessuri (1983), Stepan (1981), Buch (2000), Benchimol (1999), Obregón (2000), Saldaña (1992).
[3] El análisis crítico de estos enfoques lo hemos propuesto en Kreimer y Thomas (2000) y en Thomas y Kreimer (2002).
[4] Las investigaciones de referencia han sido financiadas gracias al aporte de la Agencia Nacional de Promoción de la Ciencia y la Tecnología y la Fundación Antorchas, ambas de Argentina.
[5] Véase Merton (1977).
[6] Debemos aquí, en honor a la verdad, señalar que en el único de sus textos en los cuales Merton se preocupa realmente por este problema es en su tesis doctoral, “Science, Technology and Society in Seventieth Century England”, en una línea de análisis que luego abandonó cuando se concentró sobre el estudio de la ciencia contemporánea.
[7] Ben David (1977), pág. 258. El análisis relativo al desarrollo de las disciplinas durante los siglos XVII y XVIII se sitúa explícitamente en una línea de continuidad con los trabajos clásicos de Merton, cuyo consejo e inspiración Ben David reconoce con gratitud.
[8] Ben David (1966), pág. 92.
[9] Ben David (1971), pág. 186.
[10] Ben-David, (1982), pág. 212
[11] Ibíd., pág. 213.
[12] Bernal (1939)
[13] Bourdieu (1990), pág. 298.
[14] Bloor (1976), el subrayado es mío.
[15] Véase, por ejemplo, Latour (1989) y (1993).
[16] Por cierto, entre la numerosa producción de los constructivistas, elegimos sólo un pequeño conjunto de trabajos inscriptos bajo esta rúbrica.
[17] Para una discusión general, a mi juicio brillante, del abordaje de Latour y Callon, véase Collins y Yearley, en Pickering (1992).
[18] Latour (1989), pág. 251
[19] Ibíd., pág. 261.
[20] Latour (1983). Las cursivas son del autor.
[21] Ibíd.
[22] Callon (1986). Las cursivas son mías.
[23] Latour (1989), pág. 202. Las cursivas son mías.
[24] Según los autores, la mayor parte de los estudios en sociología de la ciencia están sesgados hacia la explicación de la naturaleza por los aspectos sociales. Dicho de otro modo: observan la ciencia “desde la sociedad” en lugar de situarse en un punto de vista intermedio, capaz de comprender los objetos como son en realidad: híbridos de naturaleza y cultura. Sobre este aspecto, véase en especial Latour (1992).
[25]
Véase Collins y Yearley, en Pickering
(1992)
[26] Knorr-Cetina (1981). Ver, también, de la misma autora (1983), (1992), (1995).
[27] Knorr-Cetina (1981). Pág. 16.
[28] Ibíd. pág. 18.
[29] Este artículo ha sido incluido en su libro “The manufacture of knowledge”, publicado en 1982.
[30] Knorr-Cetina (1983).
[31] Ibíd.
[32] Shinn (2000), pág. 2. Las cursivas son mías.
[33] El uso que se le da aquí a la idea de “matriz discplinaria” es, por cierto, notoriamente diferente del uso que le diera Kuhn, como un desarrollo posterior de la idea de paradigma. Nos referimos más bien, aquí, al conjunto de relaciones socio-cognitivas que componen la dinámica de un campo particular, que articula a los actores en función de compartir el ejercicio de una disciplina en común.
[34] Shinn (2000), pág. 6.
[35] Se trata de Conocimiento Aplicable No Aplicado, fenómeno propio y extendido en la mayor parte de los países periféricos. Para un análisis en profundidad de este fenómeno, véase Kreimer y Thomas (2002) y (2003).
[36] Por cierto, los estudios inscriptos bajo el paraguas de la teoría de “redes de actores” prestaron mucha atención a considerar tanto casos exitosos como fracasos. Sin embargo, como ya señalamos, la idea de una simetría radical acarrea más problemas que soluciones. Para tener un panorama de estudios de casos “fracasados”, véase en especial Latour (1992) y Callon (1980 y 1989).
[37] Existe una gran cantidad de trabajos que aplican la fórmula de la « triple hélice ». Véase, por ejemplo, Leydesdorff y Etzkowitz, (1998); Etzkowitz y Leydesdorff (1998a); Etzkowitz y Leydesdorff (1998b). Por otro lado, otro modelo muy conocido fue propuesto en los últimos años para intentar dar cuenta de las particularidades y de las transformaciones en el mundo de la investigación de tipo universitario durante las últimas décadas. Se trata del libro colectivo editado por Gibbons, Limoges, Nowotny, Schwartzman, et alii. (1994). Para un análisis crítico de los dos modelos, véase Shinn (2000) y Kreimer et Thomas (2001). Cer, igualmente, el número 2, vol. 5 de la revista Science, Technology and Society (2000) en especial los artículos de Pestre, Nowotny, Vessuri, y Krishna, Waast y Gaillard.
[38] Quiero agradecer a Patricia Rossini la información elaborada para esta sección.
[39] El texto clásico que ha establecido este origen es el de Stent (1968). Para un análisis con mayor profundidad, véase, entre otros, Thuiller (1975), Gros (1986), Morange (1994) u Olby (1991). Para una lectura sociológica de inspiración kuhneana, véase Mullins (1972).
[40] INRA, (1998), pág. 10-11.
[41] Este último caso es interesante, puesto que se trató de un emprendimiento efectuado en los años ochenta mediante un convenio de colaboración con la Federación Agraria Argentina para desarrollo de un tipo de híbrido a través del sistema denominado “letales balanceados”, y el objetivo era el de desarrollar su puesta a punto comercial. Pese a una evaluación ex ante muy prometedora, los resultados obtenidos en los ensayos de campo determinaron, sin embargo, que los contratantes decidieran abandonar el proyecto. De hecho, este caso fue analizado como uno de los ejemplos “exitosos” en un libro escrito por dos economistas a mediados de los años ochenta y muestra el interés de mostrar el proceso de producción y utilización de conocimientos desde un punto de vista simétrico, lo cual evita considerar sólo los casos que llegan a generar innovaciones efectivas. Para un mayor análisis, véase Katz y Bercovich, 1990.
[42]
INTA (1991/1992). Se establecieron,
además, las actividades,
organizadas en dos subprogramas: a) Genética y manipulación celular:
reúne “las acciones de investigación y desarrollo tecnológico en la
manipulación, evaluación y combinación a nivel celular de plantas y
animales que signifique una mejora en la sanidad y la obtención de especies
útiles”; y b) Biología molecular e ingeniería genética: comprende “las
acciones de investigación estratégica y desarrollo tecnológico a nivel
molecular de los distintos niveles de organización y complejidad de
los seres vivos”.
[43] Nevers et alii., (2001), pág. 102.